REVISTA DE POR ACÁ

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lunes, 6 de agosto de 2007

La Paz, para la posteridad

Publicado en mayo de 1995.


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


El pasado miércoles 3 de mayo se cumplieron 460 años de la llegada de Hernán Cortes adonde hoy se encuentra la capital de Baja California Sur. Cuando el conquistador arribó a la península, en 1535, denominó Santa Cruz al lugar de desembarco, por celebrarse en esa fecha tal festividad religiosa.

Pero en 1596, el explorador Sebastián Vizcaíno rebautizó como La Paz a Santa Cruz, porque los indígenas con que se encontró ahí (pericúes) eran pacíficos. A la bahía el español le puso el mismo nombre.

En 1830, el poblado –con alrededor de cuatrocientos habitantes– se convirtió en cabecera de la jefatura política del Partido Sur del Territorio de la Baja California, cuando el gobernador José Mariano Monterde decidió mudarse desde Loreto, que un año antes había sido destruido por un temporal.

En 1931, la Paz fue ya capital del territorio de Baja California Sur y desde 1974 es la cabecera del estado del mismo nombre.

El escritor José Maria Barrios de los Ríos (1864-1903) cuenta en la crónica de su viaje a Baja California, titulada El país de las perlas, que para 1892 –cuando él llegó a la península como juez de Primera Instancia del Partido Sur– "La Paz resulta para su población de tres mil almas una ciudad inmensa, pues ocupa su caserío cerca de cuatro kilómetros cuadrados".

En la obra se describe al poblado como cualquier otra pequeña comunidad rural: casas con corrales adyacentes, donde se guardaban caballos, cerdos, vacas, y huertas de plátanos, mangos, acacias y palmeras.

El país de las perlas se publicó junto con Cuentos californios, del mismo autor, por primera vez en 1908, es decir, de manera póstuma. En dicha crónica, de cincuenta paginas, Barrios de los Ríos expresa sus impresiones de la ciudad de La Paz de fin del siglo XIX; retrata el modus vivendi de la sociedad paceña en la época.

Según el escritor mexicalense Gabriel Trujillo Muñoz, la obra no se volvió a editar hasta 1989, cuando el Instituto de Cultura de Baja California la publicó de nueva cuenta, en forma facsimilar. Gracias a ello, a la vuelta de nueve decenios de su aparición primera podemos disfrutar de su lectura.

Acompañar, por ejemplo, a Barrios de los Ríos en su recorrido por la ciudad: "Echamos a andar a la ventura por las calles sin nombre, aunque numeradas en serie ordinal, primera, segunda, etc. Las puertas están cerradas, las ventanas tienen corridas las persianas o celosías; no se ve nada para adentro. Atisbo por los cercos de estípites: solo se percibe la vida de la población por el humo que sale de las cocinas, por uno que otro cerdo que gruñe y por gallináceas que pican desperdicios en las corralizas. He oído tres o cuatro veces cantar los gallos y ladrar los perros; a mis oídos llega un sonoro mugido, y a poco distingo el relinchar de caballerías...".

Las mujeres peninsulares, se lee en el libro, parían diez o más hijos; "y no es raro que en una misma casa habiten rebozando (sic) salud y felicidad los biznietos, los padres, los abuelos y los bisabuelos".

"La longevidad de los ancianos es comunísima", dice también el autor: "de ciento cuatro a ciento diez y siete años conocí en la península más de veinte ejemplares".

A quienes conocemos la actual ciudad de La Paz quizá nos sorprenda saber que entonces (1892) cada casa contaba con un molino de viento, para extraer agua del subsuelo, y que era de rigurosa necesidad para las familias el contar con canoas.

Y tantos aspectos interesantes más de la vida paceña de finales del XIX, que las páginas de El país de las perlas han mantenido para la posteridad.