REVISTA DE POR ACÁ

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lunes, 6 de agosto de 2007

El tercer robo del paralelo 28


Publicado en el diario Peninsular, de La Paz, B.C.S., en 1996.



Al Viejo, Antonio Gutiérrez Luque, por el amor al terruño que supo infundir a la familia


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


El águila de concreto y acero que se levanta majestuosa sobre la carretera transpeninsular, en el paralelo 28, se ha convertido en uno de los símbolos de la región, al igual que las salinas y las ballenas de la laguna de Ojo de Liebre. Desde algunos kilómetros de distancia, hacia el norte o hacia el sur, mientras se viaja por el asfalto, puede verse la estatua de más de treinta metros de altura erguirse altiva, preparándose para tomar vuelo y surcar el firmamento, tal como lo hacen sus hermanas de verdad que anidan en las cercanías.

Con el paso del tiempo el águila ha llegado a ser uno de los orgullos de la ciudad cercana de Guerrero Negro, B.C.S. Su efigie se ha reproducido en camisetas, gorras, llaveros, postales, portadas de revistas, lapiceros. Ha sido lugar de visita ineludible para el viajero, sitio de reunión para los jóvenes, refugio para los amantes furtivos; testigo de mítines políticos, asambleas ejidales, eventos deportivos. Referencia obligada, pues. Parte del patrimonio no solo guerreronegrense, sino también bajacaliforniano, peninsular, por encontrarse exactamente en la división territorial entre las dos entidades federativas de este jirón de México.

Ahora el águila nos ha sido arrebatada. Ya no es posible acercarse a ella. Se le está recluyendo tras una barda, custodiada fuertemente. Se le ha dado su manita de gato, sí, pero para que se le admire desde lejos. Porque tampoco se puede hacer un alto en el camino para apreciar tranquilamente su arquitectura, sino solo para sufrir la humillante revisión de quien es considerado un extranjero, un fugitivo, en su propia tierra.

El águila del paralelo 28 tampoco puede ser ya parte de la escenografía de las fotos del recuerdo. Uno de los últimos grupos en retratarse con la gran escultura como fondo fue uno estudiantil, de la escuela secundaria Mtro. Moisés Sáenz Garza, de Mexicali. Estos alumnos viajaron el pasado mes de marzo a Guerrero Negro, para visitar las salinas y la laguna Ojo de Liebre con su espectáculo de ballenas. Desde el primer momento manifestaron su deseo de tomarse fotos con el águila.

Boquiabiertos y emocionados todavía por la belleza de los cetáceos, los muchachos posaron como lo querían: con el monumento a sus espaldas, hacia el poniente. Alrededor, obreros de la construcción cargando, acarreando, remozando. Y los vigilantes, curiosos. Este reportero se acercó para observar de cerca la nueva fisonomía de la plaza cívica, pero le fue impedido el paso. “No se permite ni siquiera tomar fotos, pero ustedes ya se las tomaron”, le explicó un militar, en forma educada pero enérgica. El águila, pues, ya no era parte del patrimonio afectivo.


Alas califórnicas

En su libro Paralelo 28. Testimonio vivo de un camino (México, Secretaría de Obras Públicas, 1976), Enrique Cárdenas de la Peña escribió:

El Monumento, símbolo de la Carretera Transpeninsular, puede sorprenderse desde una distancia de 5 kilómetros: es un águila estilizada, la del escudo nacional, cuyas alas representan las dos Californias peninsulares, unidas por el cuerpo de la estructura patria; ocupa una gran extensión y, ante su masa de concreto y acero, presenta una explanada cívica, con graderío y espacio suficientes para el desarrollo de fiestas o ceremonias conmemorativas. Todavía no se encuentra en este complejo el museo, pero llegará, con una sección histórica y otra antropológica. El resto funciona: la gasolinera, la cafetería o restaurante, el hotel y un campo para casas rodantes. La gasolinera y el campo para casas rodantes los manejan los ejidatarios; el restaurante y el hotel, Nacional Hotelera (págs. 121-122).

En dicha obra se informa también que el monumento es la realización del proyecto ganador de un concurso convocado en enero de 1973 por la Secretaría de Obras Públicas, cuyo titular era el ingeniero Luis E. Bracamontes. Obtuvo el primer lugar, de entre 55 trabajos concursantes, el presentado por los arquitectos Edmundo Rodríguez Saldívar y Ángel Negrete González, a la cabeza de un grupo de profesionales. Personajes de la arquitectura, la ingeniería y las artes plásticas conformaron el jurado calificador; los ganadores recibieron —según lo establecía la convocatoria— un premio de cien mil pesos, además del contrato para el proyecto detallado y la dirección arquitectónica de la obra.

El monumento abarca una superficie cubierta construida de 4,800 metros cuadrados, que corresponde a la zona comercial, y otra exterior construida de 9,050 metros cuadrados; su altura es de 36 metros. Tuvo un costo global de poco más de 31 millones de aquellos pesos.

En ese lugar se efectuó la ceremonia en la que el presidente Luis Echeverría entregó la carretera transpeninsular al pueblo bajacaliforniano, el 1 de diciembre de 1973. Entre otras personalidades, estuvieron presentes el gobernador del estado de Baja California, Milton Castellanos Everardo, y el del Territorio de Baja California Sur, Félix Agramont Cota.

El museo mencionado en el libro de Cárdenas de la Peña sí se estableció, con importantes objetos del pasado peninsular. La gente de la región recuerda que los promotores recorrieron los poblados solicitando artículos antiguos, en calidad de donativo. Objetos indígenas, misionales, estuvieron durante un tiempo a la vista del público. Pero todo desapareció de la noche a la mañana. Fue el primer robo del paralelo 28.

La gasolinera y la cafetería también fueron de corta vida. Los locales pronto quedaron abandonados. Posteriormente se utilizaron para diversos fines. En la actualidad funciona ahí un puesto de revisión fitosanitaria de la Secretaría de Fomento Agropecuario del Gobierno del Estado de Baja California.

La plaza cívica fue escenario de mítines políticos, de entregas de la carrera ciclista transpeninsular —que se efectuaba anualmente hace dos décadas— por parte de las autoridades de un estado a las del otro; de veneración de los símbolos patrios en su recorrido por todo el país durante el sexenio de Miguel de la Madrid; de reuniones de todo tipo. Con los años las dunas nómadas semienterraron muchas de las gradas, crecieron arbustos aquí y allá, el vandalismo acabó con varias de las astabanderas...

En los salones subterráneos se estableció, simultáneamente al museo, la Escuela Normal del Desierto. Funcionó sólo dos años, atendiendo a una población estudiantil procedente de ambos estados peninsulares. Pero decisiones políticas ocasionaron su traslado a la población de Loreto, a pesar de la oposición de los guerreronegrenses y de los propios alumnos, que se levantaron en huelga; y no obstante la palabra empeñada de las autoridades del ramo, quienes en la Ciudad de México aseguraron —a una comisión que viajó ex profeso— que la escuela permanecería en el paralelo 28. Fue el segundo robo.

En el lugar funcionan todavía el campo para casas rodantes y el hotel, éste ahora con la denominación de La Pinta-El Presidente, después de que fue vendida a la iniciativa privada la cadena a la que pertenecía, durante la desincorporación de empresas del sector publico.

En diciembre pasado empezó a escucharse el rumor de lo que es ya el destino del monumento. En la supuesta lucha que libra contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, el gobierno federal decidió establecer ahí un cuartel del Ejercito. Por esos días, los ejidatarios de El Costeño acordaron en asamblea ceder a la Secretaría de la Defensa Nacional el terreno correspondiente. Ahora, por doquier se ven uniformados y vehículos de color verde olivo, recorriendo las calles de Guerrero Negro, vigilando, integrándose a la vida comunitaria. Se escuchan ya quejas por actitudes prepotentes, dichas en un susurro, con temor.

Y el águila, custodiada, acuartelada, lejos ya de los bajacalifornianos. A punto de alzar el vuelo, ahí permanece. Es el tercer robo del paralelo 28.

¿Qué seguirá?