REVISTA DE POR ACÁ

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viernes, 28 de marzo de 2008

La independencia en la Baja California

Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


La conmemoración anual del 16 de septiembre trae a la memoria las luchas realizadas por los insurgentes en el centro del país, pretendiendo independizarse de la corona española. Familiares resultan los nombres de Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, dona Josefa, principalmente.

¿Pero en tanto qué ocurría en la Baja California, en la segunda década del siglo pasado? ¿Quiénes fueron los caudillos insurgentes de la península? ¿0 hubo o no tales caudillos en estas tierras?

Armando Trasviña Taylor, en su obra Territorio de Baja California (1973), contesta las preguntas anteriores de esta manera: “Ningún levantamiento popular en favor de este movimiento emancipador, nacido en Dolores el 16 de Septiembre (sic) de 1810, hubo en Baja California. Los misioneros se oponían terminantemente a la separación del gobierno de España, por lo que su influencia fue decisiva sobre la tropa y la escasa población en la península”.

En los inicios de la lucha, los pobladores de la Baja California vivían una situación molesta, debida a las múltiples irregularidades cometidas por el gobernador Felipe de Goycoechea y el presidente de las misiones, fray Ramón López. En una carta fechada el 30 de mayo de 1810, el padre fray Antonio Sánchez, de la misión de La Purísima, se quejaba de la actuación de ambos personajes y los acusaba de haberse "unido para sus varios contrabandos y otras iniquidades que están cometiendo".

En junio del año siguiente, religiosos dominicos y misioneros denunciaron que "los referidos (Goycoechea y López) hacen público alarde de sus excesos, atropellando las leyes más sagradas y en particular la última voluntad racional intimada por las cortes generales".

Con tales problemas, pues, ¿para qué querían los bajacalifornianos complicarse más la existencia, organizándose para apoyar la guerra que se libraba en el centro del país?

Por otra parte, los peninsulares sufrían también las consecuencias del conflicto armado. Puede leerse en la obra mencionada de Trasviña Taylor:

“Al principio del movimiento independiente iniciado por don Miguel Hidalgo y Costilla, la repercusión que sobre la Baja California tuvo la gesta insurgente, fue únicamente la falta de pago de los sueldos de la tropa que permanecía acuartelada en la península; esto produjo miseria y escasez en todos los pueblos, ya que en aquel entonces no había suficiente agricultura, comercio, ni industria.

“Otro problema de características relativamente graves era la falta de comunicaciones, cortadas por los revolucionarios del interior del país, impidiendo que las remesas de mercancías que se hacían desde Guadalajara y México para las misiones, llegaran”.

La situación se volvió dramática. Incluso las mismas tropas carecían de lo más elemental: el armamento, que no lo había en cantidad suficiente, lo cual tenía a la región a merced de cualquier ataque extranjero. Vaya: cuando se hicieron los honores fúnebres al gobernador Goycoechea, en septiembre de 1814, se tuvo que pedir a los particulares armas y pólvora en calidad de préstamo, y con mucha dificultad se pudo hacer la descarga por los trece hombres asignados.

El comandante interino del presidio de Loreto, Fernando de la Toba, expuso así lo que pasaba, en un informe enviado a la capital del virreinato:

“El almacén de este Presidio está sin géneros con que cubrir la desnudez de la tropa y marina: se carece de bastimento para poder obligar a unos y a otros al desempeño de sus peculiares obligaciones y en una palabra hay una total carencia de todo aquello que es necesario para arregla (sic) el mejor servicio de la nación. Si hay escasez de municiones de guerra, no hay menos de boca [...]”.

En la Frontera –el actual estado de Baja California– las condiciones eran igualmente penosas. El licenciado Manuel Clemente Rojo, en sus Apuntes históricos de la Baja California (1879), escribió que la suspensión de los pagos a los soldados provocó tal escasez que los habitantes del norte de la península no podían cubrir sus más urgentes necesidades.

Se llegó al extremo, según Rojo, de que los habitantes de San Vicente –la población más importante de la Frontera en la época– no tenían con que vestirse, por lo que tuvieron que cubrir sus cuerpos con pieles de venado curtidas (los hombres) y jergas de las lonas tejidas en la misión (las mujeres).

El licenciado (peruano de nacimiento) anotó que la población no perdía, a pesar de todo, su sentido del humor y ellos mismos “se burlaban de sus miserias y desnudez y se reían de sus esposas e hijas en sus cantinelas como lo acreditan los versos siguientes:

“El cerro de San Vicente
Está que cae de risa
De ver a las vicenteñas
En túnica y sin camisa”.

Por fin, la independencia se juramentó en la Baja California en seis ocasiones, la última de las cuales ocurrió el 7 de julio de 1822 en Loreto. La península conquistaba así el estatus independiente de la corona, sin que en su territorio se hubiera dado violencia alguna ni se hubiera derramado ni una gota de sangre por su causa. Poco a poco las condiciones de vida fueron mejorando.


Bibliografía:

Mathes, Miguel (comp.). Baja California. Textos de su historia. México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora-SEP-PCF-Gobierno del Estado de Baja California, 1988, tomo I, pp. 39 54.

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