REVISTA DE POR ACÁ

Con el objetivo de mostrar la cultura regional en todos sus aspectos, apareció en su segunda época en 2007, en formato electrónico.

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lunes, 6 de agosto de 2007

“Escondida por los rincones, temerosa…”

Publicado en Sietedías en 2005.


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


“¿Será necesario que recurramos al fotocopiado para que nuestros niños o jóvenes tengan acceso a la literatura que se ha creado en su propio estado en las dos últimas décadas?”. Esta pregunta, que me hice y le hice a usted, lector o lectora, hace algunas semanas, me la han planteado en días pasados algunas personas, precisamente en referencia a lo que expuse en el artículo “¿Perecedera, nuestra literatura?”.

Y es que, por lo que he podido ver, para quienes gustamos de la lectura de obras literarias --y que estamos conscientes de la existencia de pujantes letras regionales--, es una verdadera preocupación el que las obras de autores bajacalifornianos están tan poco difundidas entre la población en general, e incluso entre la totalidad de la llamada comunidad artística, cultural e intelectual del estado.

Esta situación es compleja, y no se constriñe a la falta de reediciones. Para buscar alternativas de solución, debemos acercarnos a sus causas, que son variadas. He aquí algunas de ellas:

a) Las autoridades y los funcionarios de los ramos cultural y educativo no cuentan con la suficiente visión que les permita valorar la importancia de la obra escrita. (O quizá es lo contrario: precisamente porque valoran tal importancia optan por minimizar los programas editoriales, pues un pueblo que no lee --recordemos el consejo del presidente Vicente Fox-- se vuelve fácilmente manipulable). Sólo de esta manera puede explicarse que la Secretaría de Educación y Bienestar Social no cuente con un programa de publicaciones, ni siquiera con una revista educativa; que el Instituto de Cultura (ICBC) haya prácticamente abjurado del programa que tuvo hace algunos años; que los sucesivos ayuntamientos hayan editado títulos gracias a las ocurrencias o compromisos de alcaldes y funcionarios de cultura, más que a una política definida; que la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) haya reducido a su mínima expresión su labor de fomento y difusión de las letras locales. (De las restantes instituciones, sólo el Centro INAH creó en estos años un proyecto editorial, hoy con un futuro incierto.)

b) Cuando existe, el presupuesto para las áreas editoriales es insuficiente. Al menos, el destinado de manera directa a los rubros de edición de la obra, pues habrá que ver cuántos recursos se invierten en gasto corriente y manutención de la burocracia. Apenas alcanza para modestos tirajes (300, 500 ejemplares, comúnmente) de la primera edición de libros que podrían considerarse afortunados por recibir tal ayuda. Pensar, entonces, que se editará de nuevo un título, cuando hay otros inéditos expectantes por su turno, es inconcebible. Y si esperamos la publicación de una revista (¡al menos una!) que coadyuve a la difusión de nuestras letras, deberemos hacerlo sentados para no cansarnos.

c) El apoyo para los autores locales (con ciertas excepciones) es reducido, tirando a nulo. De esto pueden dar razón incluso investigadores y escritores que gozan ya, al menos en la localidad, de cierto reconocimiento. Un número importante de obras no ha sido publicado aún. Y si nos referimos a narradores, poetas y ensayistas noveles, el panorama es todavía más desolador. No hay ni siquiera certámenes dedicados a ellos. Recordemos que por obra y gracia blanquiazules desaparecieron los juegos florales a que convocaba el ayuntamiento. Y los talleres literarios prácticamente se extinguieron en la ciudad.

d) La difusión y promoción de la obra escrita es escasa. Las instituciones creen que su misión está cumplida con haber publicado el libro. Si acaso, organizan una o algunas presentaciones públicas, pero es el propio escritor quien tiene que conseguir su auditorio. Los funcionarios y sus empleados sólo anuncian el acto a un grupo selecto de “suscriptores”; mandan el boletín a los medios esperando que sean éstos quienes se encarguen de difundir el evento; tal vez distribuyen algunos volantes o peguen carteles, y (si es que el presupuesto dio para tanto) con suerte organizan una presentación en otra ciudad, pagando mínimos viáticos al autor. Y ya. El resultado son presentaciones editoriales muchas veces deslucidas, con la presencia sólo de los organizadores, el escritor, su familia y sus amigos cercanos, algún reportero (si acaso) y una o dos personas desbalagadas. Los creadores foráneos, en su caso, terminan presidiendo un “petit comité”... Y en cuanto a puestos propios de venta, el ICBC mantiene sólo una librería, escondida como la muñeca fea; la universidad, las mismas oficinas del Departamento de Publicaciones, frente a Rectoría, y en parte la tienda de Sorteos en el Centro Comunitario Estudiantil (donde lo que importa vender son precisamente los productos universitarios, y no los libros y revistas de sello cimarrón).

e) En los medios masivos de comunicación no hay en absoluto interés por difundir la obra local. A lo más que se llega es a publicar el boletín de la presentación, o en ciertas ocasiones a enviar a un reportero o reportera que en su novatez llena de adjetivos la nota o sólo informa de manera escueta acerca del acto en sí (y no sobre la obra ni el escritor); si el autor ha tenido la oportunidad de que algún colega o amigo haya escrito una reseña o comentario de su libro, en los periódicos se brinda el espacio para su publicación. Nada más. Impensable, una entrevista con quien presenta su nueva obra, o con sus editores; ni en sueños, un suplemento literario; brincos diéramos por cuando menos una sección de promoción de la lectura. Nuestro periodismo cultural, generalmente, no da para tanto. Y en los medios electrónicos, las referencias a la literatura regional brillan por su ausencia (salvo en contados casos).

f) En las librerías locales, las pocas letras mexicalenses (ya no bajacalifornianas) que se ofrecen en venta permanecen “en la mesa del rincón”, como dirían los Tigres del Norte. Para encontrarlas, hay que saber el camino; a veces, hurgar entre ejemplares de otros títulos que se apilan unos sobre otros y las ocultan. Y es que, sinceramente, no resultan negocio, a diferencia de los best-sellers, o los libros de autoayuda, o las publicaciones que dan cuenta de los escándalos políticos actuales. Y los libreros son vendedores, no promotores culturales. No podemos esperar que ellos asuman la tarea con que no cumplen los funcionarios culturales ni los medios de comunicación.

g) Con precios comerciales, las letras regionales deben competir con literatura más conocida y apreciada por el público. En el último decenio, tanto el Instituto de Cultura como la universidad han sacado a la venta sus nuevos títulos a precios de editoriales mercantiles. No obstante, la difusión y las estrategias de comercialización son deficientes, comparadas con aquellas de que goza la obra comercial. Lógico es suponer, entonces, que el lector común preferirá una obra anunciada con un gran despliegue publicitario, a otra de la que no ha oído antes o cuyo autor desconoce. Ni siquiera en la feria del libro de la UABC los libros recientes de los escritores locales tienen un precio accesible para la mayoría.

h) La literatura local es una desconocida en nuestras escuelas, de todos los niveles. Las causas son las razones expuestas anteriormente, además del desinterés y bajísimo nivel de lectura de nuestros profesores y profesoras. Es la verdad, aunque duela. ¿Cómo podemos promover los docentes las letras bajacalifornianas entre nuestros alumnos y alumnas, si no tenemos contacto con ellas; si no sabemos que existen; si pensamos que carecen de calidad; si no nos resultan tan atractivas como las obras de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Paulo Coelho o Daniel Brown? Y si no leemos, ¿qué ejemplos de lectores podremos dar a niños y jóvenes?

i) Si el escritor quiere resultados, debe convertirse en su propio promotor. Atenerse a la buena voluntad de los funcionarios y los editores periodísticos no garantiza nada bueno. El autor mismo debe salir, pues, con sus libros bajo el brazo, buscar los espacios para presentarlos, recorrer escuelas para ofrecerlos en venta --por lo general a crédito, consciente de que los intentos para cobrar el adeudo darán material para toda una nueva novela--. Sólo así han logrado agotar sus ediciones creadores e investigadores como Celso Aguirre Bernal, Manuel Rojas, Yolanda Sánchez Ogás, Valdemar Jiménez Solís, Mario Bojórquez, Gabriel Trujillo Muñoz (quien es, por otro lado, quizá el que ha obtenido el mayor número de apoyos, por la cantidad y calidad de su obra, además de sus relaciones personales), por citar sólo algunos ejemplos de escritores que tienen el espíritu del vendedor.

Este somero diagnóstico de la deficiente difusión de nuestras letras no pretende causar desánimo. Por el contrario, ansía servir como panorama concientizador que nos lleve a actuar, desde la trinchera en la que podamos hacerlo: docentes, periodistas, autores, promotores culturales, simples lectores y, ¿por qué no?, funcionarios del ramo. Vayamos logrando el cambio, aunque sea poco a poco. Somos nuestra única esperanza.