REVISTA DE POR ACÁ

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lunes, 6 de agosto de 2007

Necesidad de los observadores electorales


Publicado en el semanario Bitácora en 2006.



Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


Desde las elecciones federales de 1994, cuando de manera clara el candidato priísta Ernesto Zedillo conquistó la presidencia de la república, los bonos del recientemente creado Instituto Federal Electoral (IFE) empezaron a subir entre la ciudadanía. Ya no se pudo acusar al sistema de haber cometido fraude, como seis años atrás. Sin embargo, distábamos de encontrarnos frente a un proceso democrático. El mismo presidente Zedillo reconoció, en su toma de posesión, que su elección se había dado en condiciones inequitativas.

Poco a poco las acusaciones de fraude fueron disminuyendo. Para la elección intermedia de 1997, sobre todo con el triunfo del candidato perredista Cuauhtémoc Cárdenas en la contienda por la jefatura de gobierno del Distrito Federal, la opinión pública y la ciudadanía en general coincidían en que el IFE estaba realmente cumpliendo con su tarea. Esa percepción se solidificó en 2000, cuando el panista Vicente Fox logró derrotar al hasta entonces invencible PRI en la carrera por la presidencia de la república.

Era tal el prestigio del organismo federal, que en Baja California empezaron a alzarse voces a favor de que desapareciera el Instituto Estatal Electoral (IEE) y las elecciones locales fueran organizadas por el IFE, que había demostrado su compromiso institucional, republicano y democrático, así como el profesionalismo de sus cuadros. Esas demandas se intensificaron después del triste papel jugado por el IEE en el proceso intermedio de 2004, cuando no pudo ocultar su parcialidad a favor del elorduismo, siendo derrotadas después algunas de sus determinaciones por los tribunales electorales estatal y federal, sucesivamente.

A pesar de todo, la conformación de un nuevo Consejo Electoral en el IFE hizo surgir un cúmulo de cuestionamientos por la evidente partidización que se dio durante el proceso de selección de los consejeros por parte del Congreso federal. Quedó claro que los triunfadores habían sido el PRI y el PAN, que habían logrado acomodar en el seno del organismo a aliados o incondicionales suyos.

En el actual proceso electoral estamos empezando a sufrir las consecuencias de esta selección amañada. En una contienda que se está caracterizando por la suciedad de los competidores, la carencia de propuestas y un ínfimo nivel de debate (si es que ha habido debate), el IFE ha brillado por su ausencia. Pareciera que la máxima que rige la acción de los consejeros es la de "dejar hacer, dejar pasar". "No hay árbitro", han señalado con preocupación varios analistas.

Y ante la andanada de difamaciones esparcidas sin el menor rubor blanquiazul y con la mayor impunidad, por parte del equipo de campaña del candidato panista en contra del candidato de la Coalición por el Bien de Todos Andrés Manuel López Obrador, el IFE ha optado por hacerse a un lado. Tardo fue para llamar al presidente Fox a que detuviera su campaña mediática que evidentemente favorecía a Felipe Calderón; tardo fue también para definirse sobre la difusión de espots propagandísticos y difamatorios en contra del exjefe de gobierno de la Ciudad de México. Y en este último caso, a pesar de que la Junta General Ejecutiva del IFE recomendó que se suspendiera la emisión de tales mensajes injuriosos, el pleno del Consejo General decidió avalarla, con el argumento de que, en caso contrario, se vulneraría la libertad de expresión de los panistas.

Éstos ya habían advertido, desde días antes, que continuarían con esta tónica de su campaña, y que, de ser condenados por el IFE, ello representaría una censura. Finalmente, el organismo electoral cedió a las presiones.

Esta situación debe poner en alerta a los ciudadanos que abogamos por un proceso civilizado y democrático, y sobre todo a quienes aspiramos a un cambio en beneficio de la población y no más ya de la élite política y económica. Estoy convencido de que es el momento de revivir a los observadores electorales.


Organización imprescindible

En la elección presidencial de 1994, después del burdo fraude cometido por el régimen priísta en 1988; del empobrecimiento y la represión intensificados durante el sexenio salinista; del alzamiento armado indígena de Chiapas y del crimen de Estado contra Luis Donaldo Colosio, se reforzó en la conciencia ciudadana la necesidad de observar críticamente y con plena libertad el proceso electoral en su conjunto, para que éste fuera verdaderamente democrático. Quizá la agrupación que más destacó en esta actividad fue la de Alianza Cívica, a la cual nos afiliamos el grupo de mexicalenses que conformábamos el Movimiento hacia una Cultura Democrática (CUDE).


En las elecciones estatales de 1995, cuando el ruffismo dejaría el poder, la situación estatal nos llevó a los integrantes del CUDE a aprovechar la experiencia obtenida meses antes y, unidos a otras agrupaciones y a ciudadanos en lo particular, crear el grupo de Ciudadanos por la Democracia (CIDEM), que dio seguimiento paso a paso al proceso electoral local y concluyó al final que, efectivamente, la ciudadanía había favorecido con su voto al candidato blanquiazul. No hubo mayores problemas; las denuncias de fraude brillaron por su ausencia.

En las contiendas electorales posteriores, sobre todo ante el mencionado prestigio conseguido por el Instituto Federal Electoral, el número de observadores electorales disminuyó, hasta casi desaparecer. Ahora, en 2006, la Junta Vocal Ejecutiva del IFE en el estado ha informado que solamente una persona se ha inscrito como observador electoral. ¡Un observador en nuestra entidad solamente!

Creo que el exceso de confianza nos puede matar. En 2004 se cometieron tantas irregularidades que prácticamente el proceso tuvo que ser certificado y definido por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en la Ciudad de México. Fuimos incapaces los bajacalifornianos de ponernos de acuerdo, de hacer valer la voluntad ciudadana y de llevar un proceso sin cuestionamientos. En la actual contienda federal, en ocasiones vislumbramos la amenaza de que la gobernabilidad pueda ser rebasada por los acontecimientos.

Los observadores electorales deben (debemos) mantenernos, aunque las aguas parezcan mansas. Y ahora que el mar empieza a picarse, necesitamos levantarnos y ponernos a trabajar. Un individuo solo nada puede hacer. Un grupo ciudadano organizado puede lograr muchas cosas.
¡Es hora, pues, de organizarnos! México nos necesita a todos.