REVISTA DE POR ACÁ

Con el objetivo de mostrar la cultura regional en todos sus aspectos, apareció en su segunda época en 2007, en formato electrónico.

Consúltala en línea
aquí: volumen 1 y volumen 2.

También la puedes descargar, en formato pdf: volumen 1 y volumen 2.

lunes, 6 de agosto de 2007

Jatñil, "Caballo Negro"

Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


A fines del siglo XVIII, la parte norte de Baja California era escenario de la labor dominica, de fundar misiones para reducir a la dispersa población indígena, conquistando estas tierras para el imperio español. A la región se le llamaba La Frontera, después de que los franciscanos la habían dejado a los dominicos, para irse ellos a trabajar a la Alta California.

La mayor parte de los indígenas que poblaban La Frontera eran de la etnia kumiai. Vivían desde la costa del Pacífico hasta la Laguna Salada —-que ellos llamaban Macuata, de "mamtcuaty", cerro grande, en referencia a La Rumorosa—; hacia el sur llegaba su territorio hasta la misión de San Vicente Ferrer, y de ahí hasta la mencionada laguna, trazándose su frontera meridional en una línea imaginaria con dirección noreste.

En ese ámbito vino al mundo un niño que adquiriría gran trascendencia en la historia de los indígenas bajacalifornianos. Se desconoce su fecha de nacimiento. Procedía de una familia que tradicionalmente había tenido el mando de su tribu, el shumul de linaje Mishwih, pues su abuelo y su padre fueron capitanes.

Como todos los niños kumiais, éste recibió una estricta educación, basada en el respeto a los demás. Sus mayores siempre procuraron darle el ejemplo correcto, ya que se buscaba crear en él un “buen corazón”.

Pero este niño también vivía como tal se divertía, jugaba: a las “guerritas”, a resbalarse por laderas, a correr por el campo y nadar en los represos, a patear la pelota. Cuando estuvo un poco más grande se le enseñó a elaborar algunos instrumentos, como el arco y la flecha, el palo de cacería, la honda y el mazo de guerra; con ellos participó en distintas competencias de destreza.

Cuando el pequeño llegó a los siete u ocho anos de edad recibió su nombre, de acuerdo con la tradición kumiai. El día del bautizo, algunos ancianos les explicaron a él y a otros niños que ya eran seres humanos, por lo que deberían llevar una vida recta y honrada. A él se le llamo Jatñil, que en su lengua significa “Caballo Negro”.

Una vez bautizado, Jatñil se adentró en las actividades de recolección y preparación de alimentos, pues, como todos los niños, pasaba la mayor parte de su tiempo junto a su madre y las mujeres de la tribu. Alrededor de los diez años inició su adiestramiento en la cacería y la guerra.

Para llegar a ser un guerrero destinado a grandes eventos heroicos, fue sometido a la ceremonia de iniciación. Con un grupo de adolescentes bebió toloache; recibió explicaciones acerca del orden cósmico y de cómo éste se conservaría gracias a la recta conducta que ellos observaran en su futuro; pasaron por dos meses de duras pruebas. Finalmente, cada uno recibió su koiat, o palo ceremonial adornado con plumas de tecolote, que les daba el honor de participar como hombres en los eventos.

A Jatñil se le capacitó para el liderazgo. Tuvo que aprender los distintos dialectos kumiais y algunas otras lenguas vecinas, así como todo lo que se refería a las ceremonias de su tribu. Cuando falleció su padre, el consejo de ancianos de su shumul lo ratificó como capitán, pero debió esperar a que transcurriera el año de luto para asumir el mando.


Con las "gentes de razón"

El capitán Jatñil, según sus descendientes, era un hombre fuerte, enorme, de fiero aspecto y muy sabio; debió liderar a su tribu durante las guerras con otros grupos indígenas, incluso con los mismos kumiais del desierto (también llamados kamiais); pero con los misioneros y soldados trabó alianzas. “Mi padre me decía que esta tierra sería de las gentes de razón y que no fuese yo contra ellas, así como no fueron él, ni mi abuelo; todos fuimos siempre amigos de los blancos”, explicó en cierta ocasión.

Ayudó a los dominicos a levantar la misión del Descanso, en 1817, y la de Guadalupe, en 1834; también, a sembrar todos los años y a levantar las cosechas. Fue un gran apoyo para sofocar las rebeliones de los aborígenes, que se sucedieron una tras otra durante las primeras décadas del siglo XIX. Las distintas etnias formaban alianzas bélicas para enfrentarse a los extranjeros, por el mal trato que recibían de parte de ellos. Jatñil y sus hombres entonces peleaban junto a los soldados de las misiones.

Después de haber impedido que un grupo de sublevados acabaran con una escolla, en la sierra de Jacumé, Jatñil se replegó hacia el litoral del Pacífico, para alejarse de sus muchos enemigos. Cierto día, en que fue a buscar almejas a Rosario, lo apresaron y lo llevaron a la misión de San Miguel Arcángel. El padre Félix Caballero, a quien el líder kumiai había apoyado en numerosas ocasiones, ordenó que lo castigaran para obligarlo a abrazar el cristianismo. Al cabo de varios días lo bautizaron y lo llamaron Jesús.

Lo sometieron a trabajos forzados, como a los demás indígenas; "todos los días me azotaban injustamente porque no cumplía lo que no debía hacer", recordaría Jatñil años después. Decidió entonces escapar y emprendió la huida rumbo a La Zorra; pero lo capturaron y lo regresaron a la misión.

Por fin escapó exitosamente y planeó asesinar al misionero; lo encorajinaban los bautizos forzosos de que era objeto la gente de su tribu. A principios de octubre de 1839, acompañado de un buen número de gente armada, el capitán kumiai llegó a la misión de Guadalupe resuelto a matar al padre Caballero. Pero la indígena María Gracia ocultó al sacerdote sentándose sobre él y cubriéndolo con su túnica, de modo que Jatñil no logró verlo cuando le preguntó dónde se encontraba.

Sin embargo, con el paso de los días la insurrección llegó a ser general y el misionero optó por abandonar La Frontera. Poco a poco las guerras intertribales se recrudecieron, hasta que Jatñil impuso el orden, con el cargo de kuipay cua-tay (jefe de guerra). Su poderío se extendió por toda la región, aunque ocasionalmente otro jefe, Nicuar, se resistía a su dominio.

En las décadas siguientes, el jefe kumiai –mencionado como Huta Neal, o "Indigo Horse", en documentos del ejército estadounidense– continuó apoyando a las autoridades de La Frontera en la persecución de malhechores.

Su nieto Juan Mishkwish recuerda que a fines de los años ochenta del siglo XIX le tocó asistir a un kerok (ceremonia fúnebre), organizado por su abuelo. No hay más datos sobre él, se ignora su fecha y lugar de nacimiento.

La vida de Jatñil es de las pocas cosas –si no la única– rescatada de la tradición yumana que prohíbe nombrar a los indígenas muertos y que ha enterrado en el tiempo el pasado de esas etnias. Así, este personaje ha logrado sobrevivir.


Fuente consultada:

"Nnait Jatñil, soy Caballo Negro", ensayo de David Andrés Zárate Loperena, publicado en la revista Estudios Fronterizos números 31-32, de la UABC.