REVISTA DE POR ACÁ

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jueves, 13 de septiembre de 2007

El hechizo de la Baja California

Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


La venta de la Baja California para resolver los problemas económicos de México, fue propuesta otra vez el año pasado en una prestigiada revista de Estados Unidos. Quedó claro que el interés extranjero por la posesión de la península está aún latente. A lo largo de los decenios éste se ha manifestado en forma repetida; después de la Segunda Guerra Mundial, por mencionar un caso, llegó a sugerirse la Baja California como posible sede del futuro estado de Israel, que a fin de cuentas se estableció en Medio Oriente.

La península ha ejercido siempre un singular magnetismo en propios y extraños. Tal vez por el aislamiento en que se le sumido, que la mantiene inexplorada todavía en muchos de sus rincones. Hace unos cinco años, apenas, un grupo de universitarios de Ensenada descubrió un conjunto de cascadas en la sierra de San Pedro Mártir, las cuales no estaban registradas en documento alguno todavía.

Para los europeos, la California resultaba ya de un atractivo especial aun antes de que los conquistadores pusieran pie en ella. En el libro titulado Las sergas de Esplandián, que se publicó en 1510, su autor, el español Garci Ordóñez de Montalvo, menciona el nombre de California atribuyéndolo a una mítica isla. Al parecer, sin embargo, tal denominación había aparecido ya en La canción de Roldán, epopeya francesa del siglo XII.

En Las sergas... se relata el asedio a la ciudad de Constantinopla por los ejércitos musulmanes. En uno de los combates los atacantes reciben la ayuda de la reina Calafia (soberana de la isla de la California) y de sus amazonas, que montaban fieras aves mitológicas llamadas "grifos". Calafia reta a Esplandián, defensor de la cristiandad e hijo del poderoso rey Amadís de Gaula, y termina enamorándose de el.

En el capitulo CLVII de la obra mencionada se lee: "Sabed que a la diestra mano de las Indias, hubo una isla llamada California muy llegada a la parte del paraíso terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese. Éstas eran de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones y de grandes fuerzas; las de sus armas eran todas de oro, que en toda la isla no había otro metal alguno...".

En muchos de los conquistadores de América, años después, estaba presente la referencia de tal sitio donde no había mas que oro. En su cuarta Carta de relación, Hernán Cortes mencionó que en sus recorridos por Colima sus hombres se enteraron, por los nativos, de una isla poblada toda de mujeres, quienes lograban resultar preñadas de hombres que visitaban su tierra, y las que se deshacían de sus hijos varones, conservando solo a las niñas. "Dícenme asimismo que es muy rica de perlas y oro", escribió Cortes sobre el legendario lugar, que se encontraba al otro lado del Mar del Sur –nombre que recibía el océano Pacífico.

Se ignora desde cuándo a la "isla" real empezó a llamársele California. Se dice que cuando Cortés llegó a lo que hoy es La Paz, en 1535, llamó a la nueva tierra Callida Fornax ("horno caliente"), por su elevada temperatura ambiental. Pero ésta no pasa de ser una creencia generalizada. Francisco Preciado, en su relación del viaje de Francisco de Ulloa en 1539-1540, usó ya la palabra California para referirse al menos a una parte de la tierra peninsular. Otros exploradores llamaron a la isla de distintas maneras, pero se impuso finalmente el nombre de California.

Motivó también al conocimiento de la península la búsqueda de las maravillosas Siete Ciudades de Cíbola, de que hablaba alguna leyenda española. En 1536, Alvar Núñez Cabeza de Vaca –quien después de recorrer la Florida se desplazó por el norte de México, hasta Sinaloa– dio noticias de Cíbola y Quivira, y tres años después lo secundó fray Marcos de Niza. Éste ultimo había creído ver a Cíbola en los establecimientos de los indios pueblo, en el suroeste de Estados Unidos. Entonces, el virrey Antonio de Mendoza envió una exploración terrestre hacia la actual región de Arizona, Nuevo México, Oklahoma y Kansas, en 1540. Una flota de apoyo surcó el Golfo de California hasta muy cerca de donde desemboca el río Colorado; a pesar de esta experiencia, se siguió considerando como isla a la península.

Pero la realidad se abrió paso y para fines del siglo XVI empezó a desvanecerse la idea de la magnificencia de las nuevas tierras. Por ejemplo, el cronista Baltasar de Obregón, quien –según dijo– alguna vez vino "a sacar perlas a la dicha isla", escribió alrededor de 1584:

Hay en la California altas sierras peladas; es isla espinosa, arcabucosa y poblada de caribes desnudos, gente la más rústica, deshonesta, sucia, vil y villana que se ha visto ni descubierto en las Indias. Traen el cabello largo hasta la cintura, son belicosos de puro bestiales, y notables buzos; cúrsanlo (sic) en sacar ostras de perlas de quince e veinte brazas en hondo, que es su ordinario mantenimiento y todo género de silvestres sabandijas, caza y pitayas (sic).

Cuatro siglos más tarde la Baja California sigue hechizando, con sus bellezas conocidas e imaginarias. No se ha vuelto a mencionar el establecimiento del "nuevo Hong Kong" en los alrededores de Guerrero Negro, pero los planes y sueños extranjeros sobre la península no han muerto. Sin embargo, debemos desterrar la idea de su venta al exterior, que en muchos de nosotros anida.

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