REVISTA DE POR ACÁ

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martes, 20 de noviembre de 2007

El toro de la lectura

Publicado en 2005.
Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


En días pasados estuvimos enfiestados con la lectura en Mexicali. Del viernes 4 al martes 8 de marzo se llevó a cabo la sexta Feria Internacional del Libro organizada por la UABC, con varias novedades: su ubicación en la explanada de la Vicerrectoría, el cambio de nombre (ya no “feria universitaria”, sino “internacional”, debido a las editoriales extranjeras asistentes) y una menor promoción –aunque no parezca.

Después, del viernes 11 al domingo 13 siguientes, el Centro del Saber “Meyibó” (palabra cochimí, no cucapá) festejó su aniversario con otra feria del libro, en sus propias instalaciones; obviamente, no tan grande como la recién finalizada de nuestra máxima casa de estudios, y con una difusión casi inexistente.

De manera simultánea, el sábado 12 de marzo se realizaron diversas actividades con motivo de que la Casa de la Cultura llegó a sus 31 años de vida. La explanada del Centro Cultural Municipal y el parque Héroes de Chapultepec sirvieron de foro para funciones musicales y dancísticas, exposición de fotografía, venta de artesanías y libros y hasta el discurso de rigor por parte del alcalde Samuel Ramos Flores.

Es de celebrarse que en nuestra ciudad en tan pocos días se nos ofrezca un programa tan nutrido en el campo de la cultura y el arte –pues, además de los eventos mencionados, también se efectuaron conciertos de la Orquesta de Baja California en el Centro Estatal de las Artes, y obras de teatro promovidas por los hermanos Norzagaray, entre otros–. Un alumno de preparatoria me comentaba que la feria de “Meyibó” le había parecido “muy chafa”. Mi respuesta fue que deberíamos esperar a que dicha feria continuara y se fortaleciera con el paso de los años; cualquier venta masiva de libros dirigida al público en general, debe ser bienvenida, no obstante las críticas que se le pudieran hacer.

Creo que toda la población, o al menos una gran mayoría de ella, estamos conscientes de la imperiosa necesidad de fomentar la lectura, en particular entre los sectores infantil y juvenil. A cada rato se nos recuerda –y nos machacan a los maestros con ello—que los mexicanos no leen. Y se vuelca un alud de críticas hacia el sistema educativo, por considerar, con justa razón, como una de sus misiones principales la de hacer del nuestro un país de lectores, según reza el eslogan oficial.

¡Y claro que es una obligación del profesor, independientemente de su área y del nivel en que se desempeñe, el invitar y motivar a sus alumnos y alumnas a la lectura! Pero el éxito en esta tarea solamente lo lograremos si los maestros y maestras contamos con el apoyo de nuestra propia institución y de la sociedad en su conjunto.

Quiero en esta ocasión abogar por el público adolescente, por lo general olvidado o desdeñado en las diferentes ferias del libro. Se nos pide que lo invitemos a que asista, o que las propias escuelas lo llevemos en grupo para que participe en los diferentes eventos del programa (presentaciones de libros, conferencias, obras teatrales, funciones de danza y música, exposiciones, talleres…); sin embargo, la información se nos proporciona a cuentagotas o a destiempo, lo que impide planear con anticipación alguna visita grupal a la feria en cuestión.

Nos queda entonces invitar a los alumnos y alumnas a que acudan por su propia cuenta, comentándoles acerca de las actividades que probablemente se realicen y pidiendo, a quienes ya han asistido, sus opiniones y comentarios al respecto, para animar a sus compañeros y compañeras. Entonces, secundarianos y preparatorianos asisten y se topan con que la gran mayoría de los libros ofrecidos no están destinados a ellos.

Sí encuentran en los diferentes puestos, claro, obras literarias y de superación personal, pero son generalmente los mismos títulos que de manera regular pueden conseguirse en las librerías locales. El resto de las obras están dirigidas al público infantil, o al lector en general o a sectores especializados. Y las quejas son recurrentes: “No encontré nada que me gustara”, “Sí hay muchos libros, pero para nosotros casi no había nada”, “Uno que otro puedes encontrar”, etcétera.

Los libreros locales argumentan que sí ofrecen en las ferias material de lectura a los jóvenes. Pero agregan, en su descargo, que desconocen los títulos que leerán los jóvenes, y que si traen para su venta obras distintas a las ya conocidas, se quedarán en los estantes sin ser vendidas.

La bolita, por lo tanto, regresa a los padres, los maestros y los medios de comunicación. Y para cumplir con nuestro cometido como promotores y difusores de la lectura, debemos (padres, maestros y representantes de los medios) ser, primeramente, lectores, de modo que diversifiquemos para los jóvenes la oferta editorial, más allá de las obras de moda.

Si los padres de familia sólo invitan a sus hijos e hijas adolescentes a que lean los libros de superación personal (Paulo Coelho, Carlos Cuauhtémoc Sánchez y otros autores) o los best-sellers (El código Da Vinci, por mencionar un título muy actual), o, peor aún, dejan en manos del profesor o de los encargados de las librerías el seleccionar lo que el chico o la chica leerán, muy poco podremos avanzar.

Si los maestros o maestras –de todas las materias, no sólo de las relacionadas con la lengua– no leemos otras obras que no sean las de moda; si no les recomendamos a nuestros alumnos y alumnas cuentos, novelas o poemas adecuados a sus intereses generacionales; si no les leemos en clase, mostrándoles los libros, prestándoselos para que los hojeen y ojeen; si no los motivamos a que compartan con el grupo su propia experiencia como lectores; si no les hacemos ver que la lectura es parte de nuestra vida diaria, compañera irremplazable en los momentos de soledad y relajamiento, muy poco podremos avanzar y, peor aún, estaremos incumpliendo gravemente con nuestra misión como formadores de los jóvenes.

Finalmente, si en los periódicos y en las estaciones de radio y televisión no se crean espacios destinados a promover que los adolescentes y los niños lean de manera cotidiana (comentarios de libros, reportajes temáticos, entrevistas con escritores y personas que gustan de leer…); si la aparición de una nueva obra, o el premio otorgado a un narrador, poeta o dramaturgo, o la apertura o cierre de una librería, siguen sin ser noticia ante los ojos de los editores periodísticos; si los conductores de los programas juveniles no invitan a su público a acompañarse de un buen libro el fin de semana o el próximo periodo vacacional, con el mismo énfasis con que lo animan a acudir a los centros nocturnos de la localidad; si no reemplazan los pensamientos cursis que leen al aire con versos de, al menos, poetas consagrados; si los mismos periodistas, editores, conductores y conductoras no son lectores, muy poco podremos avanzar.

En fin: si no visitamos una librería con el mismo interés y entusiasmo con que acudimos a buscar los nuevos discos de música y video, la nueva ropa, los nuevos muebles o lo que usted guste, muy poco podremos avanzar.

¡Ya está bueno, pues, de solamente quejarnos de que los mexicanos no leen! ¡Ya basta de mirar la paja en el ojo de los maestros y maestras, sin percatarse de la viga que hay en el propio! ¡No más reclamos de que los libros son caros, cuando es una realidad que los títulos clásicos y un sinfín de obras más pueden conseguirse con menos de sesenta o setenta pesos!

Debemos tomar ahora el toro de la lectura por los cuernos y conducirlo directamente a nuestros niños y jóvenes que –muchos lo hemos comprobado—están ávidos de nuevas historias y pueden dejarse seducir sin mayor problema por la belleza de la buena poesía.

Si hacemos esto, los burócratas de las ferias se verán obligados también a mejorar sus canales de difusión.

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