REVISTA DE POR ACÁ

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sábado, 25 de octubre de 2008

El centro de la ciudad: una amalgama de la idiosincrasia fronteriza



Publicado en Gaceta Universitaria números 113 y 114, del 17 y el 31 de enero de 2004, respectivamente.


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


¿Reforma? ¿Madero?, la noche sin luna
oscura la calle, bulliciosa y blanca.
Muros de madera, abiertos umbrales.
Lento rodar del tedio
sobre el asfalto del domingo.
María Edma Gómez
Ya no es el centro, ni geográfico ni económico. Imposibilitada por hacerlo hacia el norte, la ciudad se ha desarrollado hacia los restantes puntos cardinales, primero hacia el suroriente y después hacia el sudponiente.

Para muchos todavía es el "pueblo", para otros el "tango". Lo llaman las autoridades el "primer cuadro", los nostálgicos lo denominan "centro histórico" –y recientemente el XVII Ayuntamiento, en un afán de revitalizarlo, lo declaró “Centro Histórico y Comercial”–. Pero el mexicalense común lo conoce simplemente como el "centro de la ciudad".

De la Colón a la Zuazua, de la Melgar a la Bravo, calles comerciales donde cada vez con mayor frecuencia aparecen locales desocupados, abandonados. Donde aún se aferran a la sobrevivencia –aunque a algunos les va bien– tenderos, zapateros, dulceros, revisteros y algunos eros más.Es un viaje al pasado, un encuentro forzado y gratificante con distintos sectores sociales, un vistazo parcial a la idiosincrasia fronteriza; ya, si se quiere, es sólo una estación de paso.Pero es todavía, y ahí está su importancia.

* **
Los desempleados, los desheredados del sistema económico que nos domina, tienen sus parques propios. Se les ve caminar de aquí para allá, sentarse en las bancas esperando un guiño del destino, ver sin mirar a las palomas que, cuando menos ellas sí, tienen seguro el pan –con minúsculas.

Dormitan bajo la sombra de los árboles y las palmeras, sobre el césped o apoderados de las bancas de piedra, en el parque Héroes de Chapultepec. Son los pollos potenciales, los candidatos a engrosar los regimientos de trabajadores del fil, las víctimas inevitables de los traficantes de indocumentados y de los agentes de la policía municipal panista.

Un joven moreno, con una pequeña maleta a la espalda, se acuesta a tomar el sol. Abre su revistilla de cómics y trata de leer. A ratos lo distraen un par de niños descalzos que persiguen a las palomas, una anciana con sus manos mojándose en un charco y que sorbe un poco del agua estancada, los cláxons de la avenida Colón, hombres agrupados discutiendo las reglas del negocio.

Su mirada se pierde en el horizonte donde espera tener un mejor porvenir. Ha olvidado su lectura, el sol azota con fuerza su rostro. Dos palomas se acercan a él, picoteando la hierba. De repente el muchacho –no debe tener más de veinte años– agita la cabeza, como volviendo a la realidad. Se pone de pie, toma su maleta y echa a andar de nuevo, a la expectativa, siempre a la expectativa.

Los otros desempleados tocan las mañanitas, canciones de Agustín Lara y de Álvaro Carrillo. Son seis músicos maduros armados con un tololoche, dos guitarras y tres violines. Otro hombre de voluminosa barriga y bastón en mano, se acerca al automóvil estacionado junto a la acera, donde una mujer de facciones arrugadas bebe un bote de cerveza. Le canta él a todo pulmón, descansa ella la cabeza en el respaldo del asiento y, cerrados los ojos, escucha en silencio.

Un taquero, desesperado por la escasa venta, cruza la calle hacia las dulcerías, a seguir ofreciendo su producto. Los músicos tocan una tras otra. Parece que lo hacen más como ensayo que como negocio, pues cuando el cliente les pide la cuenta no se deciden en el precio. Entre todos se tiran la bolita. "Ai lo que guste", le dicen al fin.

La temporada es mala. De hecho, lo es casi todo el año. Sólo ciertas fechas les resultan productivas. Y en la Plaza del Mariachi se ve a los músicos pasar las horas cargando con sus instrumentos, viéndose las caras y esperanzados en que cada automovilista sea un buscador de sus servicios. Algunos optan por recorrer las calles del centro de la ciudad, brindando sus acordes.

Mientras tanto, la Zuazua se impregna de melodías. Una mujer toma asiento tras los intérpretes, en una de las bancas de madera, y en voz baja tararea. "Me acuerdo de mi mamacita", suspira para sí. Y el canturreo prosigue.

* * *

Si bien en cualquiera de las calles pueden encontrarse zapaterías, tiendas de ropa, expendios de aguas frescas y restaurantes chinos, hay ciertos sectores especializados. Por ejemplo, las dulcerías están en la calle México sur, en la Yarda. Dulces de todo tipo, al mayoreo y al menudeo; piñatas, gorros de papel, serpentinas, espantasuegras y todos los implementos para las fiestas infantiles. Vasos, platos y servilletas decorados con superhéroes y personajes de Walt Disney, saludan desde las ventanas. Una mujer somnolienta atiende un puesto de aguas frescas.

La afluencia de clientes ha decaído con el paso de los años, como ha ocurrido en todo el centro de la ciudad. Antes la Yarda era el principal mercado popular, dicen, donde las amas de casa se proveían de todo lo necesario. Ahora sólo quedan las dulcerías, con sus piñatas colgando en los pasillos.

En las inmediaciones de la garita se encuentran las tiendas de curios. Artesanías mexicanas: figuras de barro, de madera, de papel maché; tazas, llaveros, ceniceros, camisetas y demás con el "Mexicali", el "Chicali", el "Pinche calorón termonuclear" estampados; ¡a la venta!, monedas y billetes convertidos en antiguallas de la noche a la mañana por las recurrentes devaluaciones. Recuerditos para llevar, para regalar.

La zona de curios es reducida. Es que la ciudad no es un punto turístico, y las pocas visitas que recibe seguramente no ven un gran atractivo en el llamado primer cuadro.

Una zona muy peculiar es la calle de las flores, la México en su parte norte. También de un ambiente apacible la mayor parte del tiempo, la envuelve un torbellino humano el día de las madres, el día de muertos, el 14 de febrero, el 12 de diciembre. Los floreros no se dan abasto, hacen su agosto, y a sentarse otra vez, a esperar la próxima fecha.

"Hermosa calle –la describió Ángel Norzagaray– donde los burdeles conviven con las florerías, donde una quinceañera que viene a que le diseñen el traje de su fiesta, puede extasiarse viendo las fotos de las mujeres que luchan desnudas en el lodo de El Dorado, donde la pareja de novios que elige el ajuar para su boda puede adivinar su propio futuro en el del hombre que golpea a la mujer contra la puerta de Las Juntas, donde Danirah, después de dar su show, va a comprar el TV-Novelas para emocionarse con el parto de Cristian Bach, enojarse con alguna villana y conocer por dentro los secretos de la casa de Emmanuel, donde un restaurante de comida china es exclusivo para putas y acompañantes, donde los ancianos que van a misa comparten la hora de comer tacos con el mariachi del Chafarelos. Cuando seamos una ciudad turística esta calle se va a llenar de fotógrafos, de gringos semidesnudos, de traductores políglotas y de historiadores del arte fronterizo. Van a ver".

***
a veces odio tus calles, ciudad
porque me hacen sentir paranoico
y me derrumbo al no comprender
que la vida se destruye
ante mis ojos orbitados
que miran a la patrulla 32
hacer su rutina de muerte
Juan Antonio Di Bella

Se han convertido en el terror de los deportados, de los sintrabajo, de todo aquel que, en la más completa soledad o con grata compañía, ose sentarse después de las diez de la noche en las bancas de la glorieta del bulevar López Mateos, al pie de la fuente cónica, donde alguna vez se colocó una estatua de Cristóbal Colón.

Son los policías municipales panistas, los encargados de limpiar la ciudad de sus vergüenzas y de paso abultar las arcas del ayuntamiento. Rondan a cualquier hora, en patrullas o pick-ups blanquiazules, en bicicletas, a pie. Cualquier sujeto moreno, con apariencia de no haber tomado el baño matutino, portando ropa con varias puestas en su haber y sin llevar un rumbo fijo, es digno de sospecha.

Una vez ubicado el objetivo, los agentes de inmediato lo rodean, le revisan sus pertenencias y lo someten a un intenso interrogatorio. La situación no puede ser más incómoda para la víctima. Mientras tanto, los transeúntes pasan sin detenerse, ante un hecho para ellos cotidiano.

No es raro que el interrogado termine siendo conducido a los separos municipales, sobre todo si no demuestra tener "un modo honesto de vivir". En la óptica panista, carecer de empleo, si no un delito, cuando menos sí se considera una falta al bando de policía y buen gobierno.

Una falta de respeto al buen gobierno.

* * *

La virtud y el pecado, el temor de Dios y el sacrilegio se dan la mano. Son días santos y las procesiones religiosas transitan por la Reforma, la México, la Obregón. A su paso se encuentran con bares y cantinas, donde no se adora a Cristo sino a Baco, aunque las prostitutas –ahora llamadas "trabajadoras sexuales", al aquilatarse su servicio social– y sus padrotes salgan a persignarse ante las sacras imágenes.

Es 11 de diciembre. En las inmediaciones de la catedral, la Reforma está cerrada al tránsito de vehículos. Se sienten la algarabía popular, el respeto, la devoción y el cariño por festejar a la virgen morena. Cuadros y crucifijos, veladoras, rosarios, estampas, antojitos mexicanos, juegos pirotécnicos.

Por los altavoces se escucha el Nican Mopohua dramatizado por jóvenes de los grupos religiosos. En el otro extremo de la cuadra, por la calle México, los cánticos de alabanza se mezclan con el ritmo de tambora que se escapa al abrir de las puertas de los antros.

Es la espera del momento climático, el de las mañanitas a la Guadalupana, a la medianoche. Al día siguiente seguirán misas, oraciones, ires y venires de fieles.

"Puede ser una procesión con rezos y veladoras en el día de la Virgen, misa de gallo y puestos de fritangas frente a la Catedral –escribió Oscar Hernández en sus Apetencias del alma–, las muchachas que venden tostadas sonríen, la gente espera que enciendan el castillo, ‘la Virgen de Guadalupe ampara a los mexicanos pobres’, fue el comentario de la mujer que vende atole y Virginia que llega con su mamá, a dar gracias; ‘todavía existe fervor católico en Mexicali’ dice la mamá de Virginia pelando un tamal de piña, ‘lástima que los jóvenes se alejen de la palabra de Dios’. El novio de Virginia llegó comiendo tacos de ubre".

La festividad de la fe se apodera de estas calles una vez más el viernes santo, cuando Cristo recorre el camino al Calvario como cada año. Centuriones, mujeres dolientes, discípulos y curiosos –todos de la época, se entiende– y el Maestro cargando la cruz, caminan lentamente por el pavimento mientras se rezan las catorce estaciones del viacrucis.

Esta vez la competencia con el bullicio mundano es menor, pues aunque los congales ya han abierto sus puertas a estas horas de la mañana, el ambiente todavía no entra en calor. Y Cristo puede entregar su alma en un entorno más ad hoc.

* * *

Aunque se puebla de clientes a lo largo del día, dicen que La Chinesca ya no es lo que era. El antiguo centro comercial de Mexicali –hoy sustituido por la Plaza La Cachanilla– luce edificios viejos, descuidados, en donde funcionan con relativo éxito expendios de ropa, farmacias, puestos semifijos con casi de todo.

Los hoteles importantes de las décadas pasadas son en la actualidad refugio de aspirantes a pollos, de amantes furtivos, de visitantes poco favorecidos económicamente. En las aceras, apoyadas en los muros, damiselas luciendo –algunas– esplendorosas piernas están a la espera del sustento disfrazado de placer.

Ropa de segunda o de deshecho, revistas, casets piratas, aparatos electrónicos marca patito, talismanes y pócimas para el amor. Muros y ventanas donde el PAN y Alcance Victoria luchan entre sí por llamar la atención del caminante. Estruendosos mano a mano entre Alejandro Fernández y Luis Miguel, el grupo Límite y candidatos políticos.

Sigue siendo La Chinesca, aunque pocos orientales se vean por ahí. Es todavía la zona llena de misterios y de leyendas, de morbosidades xenofóbicas e irrealidades subterráneas.

Es herencia asiática, al igual que los restaurantes de arroz frito y caninas –aseguran– carnitas coloradas, de faisán que no es faisán, de aleta de tiburón que ni es aleta ni mucho menos tiburón.

* * *

Imposible detenernos siguiendo las vías del tren,
comentando efusivamente la emoción de los
adolescentes que empezaban a descubrir los
tugurios de la ciudad. Cines, billares, cantinas;
las mujeres paradas en el callejón de La Chinesca,
horribles y atractivas, llamándonos con sus
sonrisas, nosotros atemorizados, acercándonos a
ellas, recordando a los acuchillados en los hoteles
de paso, a nuestras madres dándonos la bendición.
Óscar Hernández

También a Mexicali le tocó su dosis de leyenda negra. En los años veinte, después de que Cantú había permitido la introducción y el consumo de opio por parte de la comunidad china, para allegarse de recursos su administración, la ley seca estadounidense ocasionó que surgieran cantinas por aquí y por allá.

Atraídos por el paraíso en que se convirtió la frontera norte de México, oleadas de turistas gringos venían a diario a saciar su sed de alcohol. Y proliferó la "economía del vicio". Y la población conoció a las personalidades de la época.

Ocho décadas después, las cantinas siguen en el centro de la ciudad. Discretas durante la mañana y hasta después del mediodía –con sus excepciones–, pasan incluso desapercibidas. Pero están ahí. Es alrededor de las cuatro de la tarde cuando comienzan a reclamar su espacio.

Entonces se escucha la música, que poco a poco va aumentando de volumen. Hombres de todos tipos y marcas entran y salen por las puertas de madera de doble hoja; mujeres con ropa entallada y breve deambulan por las aceras de la Juárez, la Lerdo, la Zuazua, la México, la Altamirano.

Paulatinamente van cerrando los ojos las zapaterías, ferreterías y tiendas de ropa, los bancos y la mayor parte de los restaurantes. Dan paso a los centros de diversión de diversas categorías. Hay salones de baile, bares con floor-shows, cantinas comunes e incluso sitios especializados para gays y lesbianas.

El centro no muere en su totalidad. Durante la madrugada por las calles acongaladas los trasnochados deambulan, comen tacos, esperan el taxi, buscan parejas casuales. Y ruegan a Dios no encontrarse con ministeriales yuyinistas ni federales foxistas recién salidos de La Taberna.

A las tres, a las cuatro, se reanuda el tráfico hacia Caléxico. A las cinco los camiones urbanos inician su jornada.

Y de nuevo la lucha por conquistar el día, por hacer propio el futuro, por gozar y sufrir al centenario Mexicali.

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