REVISTA DE POR ACÁ

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sábado, 25 de octubre de 2008

El nombre de California: la herencia legendaria


Publicado en el semanario Sietedías en 1998.
El descubrimiento de la península californiana por los españoles, fue motivado por sueños de riquezas productos de historias fantásticas y leyendas de la época. Los europeos anhelaban encontrar reinos poblados de oro y piedras preciosas; traían en sus mentes y corazones las leyendas medievales que hablaban de tierras maravillosas habitadas por mujeres guerreras y cubiertas con lo más exquisito del mundo.


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


Una vez tomada Tenochtitlan, los conquistadores empezaron a recibir noticias de que hacia el poniente se encontraba una tierra rica en oro y piedras preciosas. En Colima, Cortés tuvo noticias de una isla poblada toda de mujeres, que resultaban embarazadas de los hombres que las visitaban y se deshacían de sus hijos varones, conservando sólo a las niñas. "Dícenme asimismo que es muy rica de perlas y oro", escribió el conquistador sobre el legendario lugar, que se encontraba al otro lado de la Mar del Sur –el nombre que recibía entonces el océano Pacífico.

Los indios llamaban a ese lugar Cihuatlán, que significa "tierra de mujeres".

Ese tipo de historias en realidad no eran desconocidas para los europeos. En esa época la moda en el viejo mundo eran las novelas de caballería, que narraban las proezas de los caballeros que luchaban en defensa de sus reyes. En el siglo XI, en la Canción de Roldán ya se hablaba de un lugar llamado Califerne. Cuando muere Roldán y Carlomagno se encuentra ante el cadáver del que fue su sobrino y lo defendió de tantos enemigos, le dice:

¡Roldán, amigo, valiente, hermosa juventud! Cuando yo esté en Aquisgrán, en mi capilla, acudirán mis vasallos y me pedirán nuevas. Y yo se las diré, extrañas y duras: '¡Ha muerto mi sobrino, aquel que tantas tierras me hizo conquistar!'. Contra mí se rebelarán los sajones, los húngaros y los búlgaros, y tantos otros pueblos malditos; los romanos y los de Apullay, todos los de Palerna, los de África y los de Califerna...

Pero cuando se habló más ampliamente de un lugar de nombre California, fue con la publicación de la novela titulada Las sergas de Esplandián, obra póstuma de Garci Rodríguez (Ordóñez) de Montalvo, quien falleció en 1504. Como toda novela de caballerías, esta obra llegó a ser muy popular y alcanzó el mayor número de ediciones antes de que apareciera el Quijote.

En Las sergas... el autor relata el asedio a la ciudad de Constantinopla por los ejércitos musulmanes. En uno de los combates los atacantes reciben la ayuda de la reina Calafia –soberana de la isla de la California– y de sus amazonas, que montaban fieras aves mitológicas llamadas "grifos". Calafia reta a Esplandián, defensor de la cristiandad e hijo del rey Amadís de Gaula, y termina enamorándose de él.

En el capítulo CLVII de la novela puede leerse:


Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla, llamada California, muy cercana al Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las amazonas era su estilo de vivir. Éstas eran de valientes cuerpos y esforzados y valientes corazones y de grandes fuerzas; la isla era la más fuerte de riscos y bravas peñas que en el mundo se hallaba; sus armas eran todas de oro, y también las guarniciones de las bestias fieras, en que, después de haberlas amansado, cabalgaban; en toda la isla no había otro metal.

En sus viajes a América, los españoles trajeron consigo esta historia fantástica –e incluso la novela misma, que pronto fue impresa en la Nueva España– y vieron amazonas por todas partes; ya Colón había identificado a la actual Martinica como una isla poblada sólo por mujeres.

Este mito encontró en la Nueva España su paralelo en la versión indígena de Cihuatlán. Y alimentó la ambición de los conquistadores.


La California verdadera

Cortés puso manos a la obra para explorar la Mar del Sur y llegar a las maravillosas tierras de que tanto se hablaba. Envió varias expediciones, que no tuvieron éxito. En octubre de 1533 zarparon de Tehuantepec dos naves bajo el mando de Diego de Becerra. Pero en las primeras noches de viaje se suscitó un amotinamiento y el piloto Fortún Jiménez asesinó al capitán. Bajo sus órdenes prosiguió la travesía hasta alcanzar por vez primera el sur de la península.

Cuando Fortún Ximénez y sus hombres tocaron tierra, pudieron observar que los aborígenes se adornaban con abundantes perlas. Pero el usurpador capitán de la expedición no pudo ya contarlo, pues fue muerto por los indios cuando trató de despojarlos de la riqueza que pendía de sus cuerpos. Al ver esto, sus hombres que aún no desembarcaban e incluso algunos que ya se encontraban en tierra, emprendieron la huida.

Llegaron a Nueva Galicia y ahí dieron a conocer la noticia de las perlas.

En 1535 Cortés mismo llegó a lo que hoy es la bahía de La Paz. Por arribar el 3 de mayo, puso al lugar el nombre de Santa Cruz y estableció ahí una colonia, que duró apenas poco menos de dos años, por la falta de provisiones.

Una creencia generalizada ubica en esta estancia de Cortés la imposición del nombre de California a la península. Francisco Javier Clavijero, en su Historia de la Antigua o Baja California, menciona la versión de que el conquistador habría denominado a la nueva tierra Callida Fornax ("horno caliente"), "a causa del mucho calor que allí sintió". Pero él mismo cita a un estudioso exjesuita, según quien la palabra California derivaría de cala ("pequeña entrada de mar", en español antiguo) y fornix ("bóveda", en latín), para referirse al famoso arco de Cabo San Lucas.

El caso es que Cortés se vio obligado a abandonar la península por las circunstancias, y jamás regresó a ella, aunque nunca perdió el interés en su exploración. En 1539 envió a Francisco de Ulloa a que recorriera el golfo y éste pudo llegar hasta la desembocadura del río Colorado. Bajó hacia el sur por la costa occidental, rodeó la península y viró hacia el norte, pasando la isla de Cedros, desde donde ya no se supo más de él.

En la relación que hizo de este viaje, Francisco Preciado utilizó ya el nombre de California para referirse al menos a una parte de la península –que entonces se consideraba una isla, y así se le representó en los mapas durante mucho tiempo.

Asimismo, el nombre de California, referido a la península, apareció en un documento de 1539, cuando un grupo de soldados que habían tomado parte en las expediciones hacia las nuevas tierras occidentales, solicitaron conjuntamente por escrito que se les indemnizara. Varios de ellos manifestaron en esa reclamación que habían estado con Cortés en la tierra llamada California.

La península siguió encerrando un gran atractivo, durante las décadas siguientes, por sus mantos perlíferos. La pesca de perlas se convirtió en un negocio muy lucrativo para muchos y tuvo que ser reglamentada desde finales del siglo XVI.


Las siete ciudades de oro

Otra historia fantástica muy popular en ese tiempo, fue otro acicate para seguir explorando el noroeste de la Nueva España y conociendo la península. Según una leyenda, siete clérigos portugueses habían cruzado el mar hacia Occidente huyendo de la invasión de los árabes a la península ibérica, y en las lejanas tierras cada uno había creado una ciudad.

Esta leyenda se mezcló en la Nueva España con la tradición de Chicomóztoc, el lugar de las "siete cuevas", de donde los indígenas del centro de México aseguraban que originalmente procedían.

Cuando Alvar Núñez Cabeza de Vaca llegó a Culiacán en 1536, después de su naufragio en la Florida, traía consigo diferentes historias de riquezas que había encontrado durante los nueve años en que con sus compañeros –entre ellos un negro o mulato llamado Esteban o Estebanico– recorrió los territorios de Texas, Nuevo México, Chihuahua y Sonora.

Entonces, el primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, envió expediciones hacia el norte. En marzo de 1539 partió una avanzada rumbo a Arizona. En ella viajaron, entre otras personas, el negro Estebanico –que había regresado al lado de Cabeza de Vaca– y el fraile Marcos de Niza.

Según este religioso, en su viaje tuvo noticias de varias ciudades –siete, afirmaba– ricas en oro. Decía que había podido ver desde la lejanía la ciudad de Cíbola y mencionaba otras, cuyos nombres quedaron recogidos en los mapas que se levantaron en los años subsecuentes: Quivira, Totónteac, Tiguex, Tusayán...

Fray Marcos dejó constancia de esta travesía en su crónica titulada Descubrimiento de las siete ciudades de Cíbola. En ella cuenta que mandó por delante a Estebanico, quien le notificaba constantemente lo que iba encontrando. A través de sus mensajeros le describió el reino de Cíbola como "la mayor cosa del mundo", en el que abundaban las casas "de piedra y cal", algunas de ellas construidas en varios pisos; había también calles y plazas. Las portadas de las casas principales estaban labradas con turquesas, de las cuales había gran abundancia. La gente andaba muy bien vestida y la población del reino superaba a la de la ciudad de México.

Tras varios días de camino, unos nativos informaron al religioso que Estebanico había muerto en las afueras de Cíbola, probablemente flechado. Pero fray Marcos se empeña en seguir su camino hasta alcanzar la ciudad, la que divisó desde lejos:

... (Cíbola) está asentada en un llano, a la falda de un cerro redondo. Tiene muy hermoso parecer de pueblo, el mejor que en estas partes yo he visto; son las casas de la manera que los indios me dijeron, todas de piedra con sus sobrados (pisos) y azoteas, a lo que me pareció desde un cerro donde me puse a verla.

Una vez que regresó a México, cuatro meses después de su partida rumbo al norte, fray Marcos de Niza informó al virrey de tales maravillas. Estaba presente el gobernador de Nueva Galicia, Francisco Vázquez de Coronado, a quien el virrey le había encomendado que dirigiera las siguientes expediciones hacia el norte.

De ese modo, cuando éste partió, en marzo de 1540 –encabezando a más de mil hombres, en lo que fue una de las más grandes expediciones en toda la historia colonial de América–, la idea de las ciudades plenas de riqueza iba bien asentada en su mente y la de sus hombres –entre ellos, el mismo religioso que aseguraba tales maravillas–. La leyenda de las siete ciudades había cobrado vida.

En apoyo de Vázquez de Coronado, Melchor Díaz viajó por tierra –y llegaría hasta la Alta California, cruzando el valle de Mexicali, siendo su grupo los primeros europeos en hacerlo– y al mismo tiempo Hernando de Alarcón salió por el golfo con dirección al río Colorado, cuya desembocadura pudo alcanzar poco después.

Cuando Alarcón llegó al Colorado trabó contacto con los indígenas de la región. Les preguntó si sabían de Cíbola y ellos le contestaron afirmativamente; le contaron que los señores de aquella ciudad habían matado al negro Estebanico, para evitar que regresara con los suyos y diera razones de la ubicación de su ciudad. Pero no le informaron más.

Mientras tanto, Coronado llegó a la famosa Cíbola, pero grande fue su desilusión y la de sus hombres cuando se dieron cuenta de que fray Marcos de Niza en realidad había alucinado. El cronista Pedro Castañeda de Nájera escribió:

...y como vieron el primer pueblo que fue Cíbola, fueron tantas las maldiciones que algunos echaron a fray Marcos cuales Dios no permita le comprendan. El (Cíbola) es un pueblo pequeño, ariscado y apretujado que, de lejos, hay estancias (ranchos) en la Nueva España que tienen mejor apariencia...

(En realidad, las "maravillosas ciudades" de que hablaba el religioso eran los asentamientos de los llamados "indios pueblo", que recibieron ese nombre debido precisamente a sus habitaciones compactas, muchas de ellas de dos pisos.)

Coronado entonces ordenó a Melchor Díaz que regresara y buscara el río descubierto anteriormente por Francisco de Ulloa, para que estableciera contacto con la armada de Alarcón. Díaz siguió esas órdenes y pudo llegar hasta el actual valle de Mexicali, pero ya no encontró a Alarcón.

Tras sufrir un accidente, Díaz falleció tal vez en las inmediaciones de Sonoita, meses más tarde.

Coronado, por su parte, había proseguido en busca de las siete ciudades. Entró en contacto con diversos grupos de los llamados "indios pueblo" en Nuevo México, y tras atravesar el norte de Texas, pudo llegar a Quivira, en el actual territorio de Kansas.

De las riquezas, nada.


El nombre como herencia

Muy pronto los europeos se dieron cuenta de que no estaban frente a ninguna tierra prometida que manara leche y miel. La realidad se abrió paso y para fines del siglo XVI empezó a desvanecerse la idea de la magnificencia de los nuevos territorios. El cronista Baltasar de Obregón, quien –según dijo– alguna vez vino "a sacar perlas a la dicha isla", escribió alrededor de 1584:

Hay en la California altas sierras peladas; es isla espinosa, arcabucosa y poblada de caribes desnudos, gente la más rústica, deshonesta, sucia, vil y villana que se ha visto ni descubierto en las Indias. Traen el cabello largo hasta la cintura, son belicosos de puro bestiales, y notables buzos; cúrsanlo (sic) en sacar ostras de perlas de quince e veinte brazas en hondo, que es su ordinario mantenimiento y todo género de silvestres sabandijas, caza y pitayas (sic).

Ya no había más cercanía con el Paraíso Terrenal. De aquella antigua leyenda de la soberana Calafia, sólo quedaría el nombre de su reino como herencia.

Pero, gracias a su posición geográfica, la California adquirió un lugar estratégico en los planes de la Corona española, como escala en el viaje de la Nao de China que traía a América productos del Oriente. Y esa ubicación privilegiada ha sido motivo también de reiteradas pretensiones de reconquistar la península, a lo largo de los siglos.

Sin las riquezas que se le crearon a su alrededor, la California ha seguido atrayendo las mentes y las miradas.

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