REVISTA DE POR ACÁ

Con el objetivo de mostrar la cultura regional en todos sus aspectos, apareció en su segunda época en 2007, en formato electrónico.

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viernes, 19 de diciembre de 2008

Testigo de cinco décadas



En los últimos cincuenta años José Luis Quintero Chacón, mejor conocido como Chatito, ha acompañado el devenir de Mexicali y la entidad a través de su cámara fotográfica, principalmente como fotógrafo oficial de los gobernantes en turno.



A mí me tocó, gráficamente, ver los cimientos de un estado, ver cómo nacía. Nosotros no conocíamos de Hacienda, ni de Seguro Social, ni de tenencia de los carros; la luz era americana, muy barata, nunca nos la cortaban. Son cosas que se extrañan.

A los gobernantes y a los jefes los mandaban directamente de México. Hubo elecciones, pero a mí no me tocaron; creo que fueron por 1920, según tengo entendido.

Aparte de los edificios, los caminos, las carreteras, sus siembras, también tengo en mis fotos a la gente que le dio vida a este Mexicali, los pioneros, que sufrieron cuando no había carreteras, ni caminos vecinales, ni luz.

No tengo riquezas, vivo modestamente, como debe ser. Siempre he colaborado desinteresadamente, nunca he cobrado mi trabajo, sólo cuando hay necesidad.

Yo fui muy activo de joven; todavía lo soy, a pesar de mi edad, pero ya no es lo mismo. Antes iba a muchos acontecimientos sociales grandes, de paga: las bodas de oro de los padres de don Miguel Padilla, que en paz descanse; en Coronado, bodas muy grandes, de gente muy conocida de la alta sociedad, que me tocó asistir. Y grandes acontecimientos, que hasta ahora me doy cuenta del valor que tienen.

Fui fotógrafo exclusivo de la fundación Yanquis, de los del Cetys. Tengo toda la vida de sus inicios, desde que se fundó, la primera piedra, quién la puso, todo; quién fue el primer rector, que me consideré yo un gran amigo de él; el segundo rector, que me recomendaron con él en una cena en el Casino de Mexicali, porque se iba el fundador, el ingeniero Rendón.

Siempre me relacioné, en todo el estado, a lo más alto de los niveles: sociedad, política, ganadería, turismo. Conocí a los papás y los abuelos de grandes empresarios de ahora. Eran personas muy sencillas, a pesar de tanto dinero que tenían; nunca oí que me hablaran de "usted", siempre nos hablábamos de "tú", porque había esa confianza. Ahora se ha modernizado un poquito más, pero anteriormente no había distinción de clases aquí.

Por eso es que tengo en mi archivo grandes acontecimientos, es mucho material. Tengo fotos del pionero que sostuvo económicamente el Valle de Mexicali, el señor Jimmy Stone, que fue para mí una gran persona. Nunca recibí de él un maltrato, un regaño, una prepotencia. Era una persona multimillonaria, presidente del consejo de administración del Banco de Comercio; una persona muy sencilla. Claro, su porte, grandote él, se imponía.


***


Siempre me entusiasmó mucho la fotografía. Me gustó desde el primer momento en que empecé a ver en la bandeja aparecer las figuras. Me llamaba la atención: "Bueno, ¡esto es brujería!". Empecé a ver que "¡Mira, ahí vienen los caballos, ahí viene la calesa!", cuando tomaba fotos de la Cabalgata del Desierto.

No había color, puro blanco y negro. Sí hubo color, pero después; era muy importante el blanco y negro, y muy delicado.

Me acuerdo del Chinito Murillo: a todo dar, muy bueno el cuate. Me enseñaba cómo preparaba las placas, los negativos, porque ellos preparaban antes el negativo con que iban a tomar, a base de puras planchas. Las placas eran de vidrio, grandes. Y él, a base de química, en el cuarto oscuro le creaba una tela encima, especial, que era donde se grababa la imagen en fotografía.

Ese vidrio se metía en una placa, a oscuras también; esa placa se metía en la cámara –era cámara grande– y nomás tomaba dos fotos. Antes de tomar, sacaba uno una cortina; entonces disparaba, volvía a meter la cortina y ya quedaba impreso lo que se iba a tomar. Entonces sacabas todo lo que es el chasís, que le llamamos, y le dabas vuelta, para tomar el otro lado de la placa.

Luego había que ir a revelarla, sacar el negativo, el vidrio. ¡Era muy delicado, porque por cualquier cosita se rayaba!

¡Fíjate nomás! Eso era en aquel tiempo, a mí me tocó verlo, me lo enseñó el Chinito Murillo. Él tenía su estudio a un ladito del Cine Mexicali, que ahora es el Cine Bujazán.


***


Puede que tenga fotos de más atrás, pero del 50 para acá tengo muchas originales. Y no digo de Mexicali, también de Tijuana, Ensenada. De cuando empezó aquella famosa marcha hacia el mar, no sé cómo se llamó –creo que Ruiz Cortines fue quien la inventó–; y empezaron a ganarle terrenos al mar, empezaron a rellenar, a robarle. Y desaparecieron muchas playas. El Hotel Bahía, de Ensenada, el Villa Marina, esos hoteles que están al otro lado del paseo, ahora están arriba, pero antes el mar llegaba hasta ahí, fíjese nada más. Ahora está el malecón, y hay hotelazos inmensos.

Cuando estaban dinamitando el cerro para hacer el rompeolas... cuando llevaban las orugas unos piedrones gigantes que pesaban toneladas... Yo tengo todo eso en mis fotos. Fíjate, hasta ahora me doy cuenta del valor que tienen.

¡Playas de Tijuana!: no había nada, nada, más que el mar. ¡Mesa de Otay!: todas las colonias, los fraccionamientos; el Chapultepec ya existía, pero nunca dejó de ser uno de los mejores fraccionamientos el que está para acá, del lado... no se puede decir... donde vive la flor y nata de la gente de dinero, los pioneros de Tijuana.

Todavía me acuerdo del coronel Arnaiz, el señor Curto, don Miguel Calete, los Camacho. A don Teófilo Cuevas –que todavía vive, creo– lo conocí chavalón, joven; un hombre muy fuerte económicamente, dueño de varios cabarets de categoría en Tijuana. Conocí a mucha gente que ha desaparecido y que actualmente viven sus descendientes.

Fui a varias fiestas íntimas a los ranchos, donde se juntaba la flor y nata, cerca de Tecate, para arriba. Había ranchos muy bonitos; bueno, en ese tiempo. Siguen siendo bonitos ahora. Pero gente de aquella época yo creo que casi no hay, si acaso serán los nietos.

En Ensenada me tocó conocer mucha gente también muy buena, agricultores que ahorita no tengo presentes sus nombres. Me acuerdo de uno de los pioneros ahí, el señor Sobarzo.

Fíjate, a mí me tocó conocer, sin querer –hasta ahora después supe que él era– al papá de don Ernesto Ruffo. Me tocó conocerlo una vez que andaba yo con el licenciado Maldonado en Ensenada, y llegó él a saludarlo. Eran paisanos, de allá del sur de la Baja California. Hasta después supe que era papá de don Ernesto Ruffo.


***


Aquí llegué a los nueve años. ¡Me acuerdo del calorón que estaba haciendo, hijo de su máquina!

Me tocó llegar por panga, no había puente ni nada. ¡Venía el rio Colorado en friega, gacho, feo, de veras! Y en la panga pasaba la gente, camiones, dompes, y ya los jalaban. Traía mucha agua el río Colorado en ese tiempo. Era 1940.

Llegamos a la vieja estación del ferrocarril, en el centro de la ciudad. Ahí dormimos un día. De ahí nos fuimos al parque Héroes de Chapultepec, y en una esquina de la Colón, pegada a la Escuela Cuauhtémoc, esperamos a mi papá en una palmera.

Mi papá trabajaba al otro lado y no venía más que cada seis meses. Pero como la llevaba muy bien con el cónsul en Caléxico –en ese tiempo era el señor Terrazas, no me acuerdo cómo se llama, que sus hijos tienen casas de cambio aquí–, se granjeaba con él, y había oportunidad, le daba chanza de que se cruzara y estuviera con nosotros.

Ya cuando lo vimos nos acomodó en una casita que se alquiló, por acá por la Primera y Oaxaca. Estaba llena de árboles frutales –había muchos árboles frutales en ese tiempo aquí en Mexicali–: chabacanos, manzanas, duraznos, higos. ¡Uh, pues llegamos chamacos: ya sabrás, nos dimos vuelo!

Ahí fue donde llegamos por primera vez, a un lado del río Nuevo, abajito. Ahí estuvimos muy poco tiempo, digamos un par de meses. No se sabía de cúlers, ni de abanicos, ¡nada!

Luego nos fuimos a donde está ahorita la aduana, en el centro. Por ahí vivimos, a un ladito, pegados a la línea. Mi papá hizo una casita.

Vinieron tiempos muy duros para nosotros. Yo conocí a mi mujer, me casé. Ella cantaba, formaba parte de un dueto muy bonito; estaban jovencitas, bien chamacas. El dueto de las Hermanitas Varela, muy conocido, grabaron discos. Yo fui el culpable de que ya no siguiera su carrera.

Nos fuimos a México, en el 48. Allá también trabajaron, en la XEW. Pero, por lo mismo, no me pude acostumbrar al sistema artístico que reinaba en ese tiempo, y creo que todavía es igual. Estaban chamaquillas, morenitas, y, pues, uno es muy celoso. Opté mejor porque ya no siguiera.

Estuvimos dos años allá, el 50 nos vinimos. Y volví a trabajar en los cabarets. Teníamos una niñita, que nació en México, que es la mayor de mis hijos. Es la que me hizo bisabuelo con una de mis primeras nietas. Y de ahí se empezaron a venir los hijos: ¡siete, siete hombres en fila india! Se murieron dos, quedaron cinco, seis con la mujer la mayor, y cerramos con tres mujeres.


***


Después del calor, que sufrimos cuando llegamos, azotan unos vientazos feos aquí en Mexicali y vienen los aguaceros, ¡y aguaceros fuertes, inundaciones fuertes! En aquel tiempo se inundaba todo el centro de la ciudad –nosotros le llamábamos "el pueblo".

A la estación del ferrocarril le decíamos el dipo –porque en inglés es depot–. En seguida del dipo estaban los traques, o sea, las vías del ferrocarril; y pasando los traques estaba la marketa enfrente, ya sea la carnicería o cualquier tienda.

La moneda mexicana poco circulaba, ¡increíble! Casi no te la aceptaban ni los taxistas. Ibas a las tienditas y todo era "en oro", así se decía: que 25 oro, que 10 oro, que un dólar, uno y medio.

Cuando llegué aquí estaba el dólar a 3.60, después subió a 4.80 y así lo vi, sucesivamente. Y ahora volvemos a los tiempos de antes, el nuevo precio, pero estamos más amolados. Ya se necesita mucho dinero. Antes te ibas al otro lado con diez dólares y te traías un montón de cosas de provisión para la casa. Ahorita diez dólares no te sirven para nada.

No llegaba ningún producto de México, no había manera: no había carreteras, con trabajos llegaba el tren y no podía traer cosas porque se echaban a perder en el camino. Por eso nos acostumbramos a todo el tiempo comprar cosas del otro lado.

¡Cuántas veces pasamos, teniendo pasaporte, y los gringos nunca nos decían nada! Pasábamos por un lado del cerco, ahí estaba tirado. Sí en veces nos llegaron a llamar la atención, pero nomás les decíamos que íbamos a comprar ahí y ya no nos decían nada.


***


Mexicali nada más era hasta la colonia Nueva, que se empezaba a formar. No estaba la Justo Sierra, ni la Burócrata, ni la Carbajal, ni la Héroes de Nacozari. Llegaba hasta Pueblo Nuevo, nada más. Empezaba a formarse Santa Clara, no había Nueva Esperanza, ni Villafontana, ni nada de eso. Eran puras parcelas.

Lo que es la calle Once era un canalón, que venía de Wisteria, para repartir agua a los campos agrícolas. Todo lo que es el bordo Wisteria, que se llama ahora, era un canal. Empezaba acá en el garitón, donde está la Ley –originalmente era por detrás de la Ley, era una como garita.

No había camino, no había carretera, más que pura terracería. Estaba la carretera a Tijuana, me acuerdo. La Rumorosa era como un caracol, muy difícil, muy peligrosa. Donde había curva tenía que regresarse en reversa el troque o el carro, para volver a agarrar otra vez la fila derecha, de subida o de bajada. Era pura brecha, todavía existe.

No había otro camino. ¡Y se hacían días! Para llegar arriba, a La Rumorosa, yo creo que se hacía más de un día. Cuando llovía era bien peligroso.

Y luego nevaba, pues, más que ahora. Llegó a nevar aquí en Mexicali. A mí me tocó en la época del Chemalo de presidente municipal. Nevó aquí en la Carbajal y hasta el Centinela; la punta del cerro se llenó de nieve, y la Salada. A mí me tocó ir, tengo fotos.

Ha habido temblores muy fuertes, y en cualquier rato alguno nos va a dar una sorpresa. Aquí tembló hace muchos años, no me acuerdo en qué fecha, pero sí me acuerdo cuando la Carranza y toda aquella parte de allá se abrieron todos los canales, las tierras. Estuvo muy duro.

Tengo también fotos de cuando tumbaron el Hotel Comercial. Estaba donde está ahorita un banco enfrente del parque Niños Héroes, en Azueta y Madero, que tiene a la espalda un estacionamiento que da para el lado de la Colón.

Ahí era el Hotel Comercial, un hotelazo de lo mejor que había en ese tiempo, tipo texano. Su estructura era muy bonita. ¡Chihuahua, es lo que yo digo: cómo no conservaron esos edificios! ¡Vieras qué bonito! Tenía en medio unas escaleras anchas, que se repartían para los lados; unas habitaciones lujosísimas, tipo lejano oeste. Antes de subir, del lado derecho, bajabas y estaba ahí una barra muy bonita, lujosa; para el otro lado había un cabaret; para un lado estaba la estación de radio XED.

¡Era un hotelazo, una chulada de hotel! Lo cerraron, yo desconozco por qué. Lástima que hasta ahorita ya hay un comité que se dedica a cuidar nuestro patrimonio histórico. Pero valía la pena haberlo conservado.

Abajo, cuando tumbaron todo, que quedó el sótano, estaba un túnel bien hecho, de cemento –también tengo esas fotos–, que por ahí cabía muy bien un dompe, un camión. Iba a salir a donde estaba el Crest, en Caléxico, al callejón.

¡Así es que ya había los narcotúneles, desde entonces!


***


Ya trabajaba yo de chamaco, en los cabarets. Tomaba fotos a los gabachos, les hablaba en inglés. Había mucho turismo entonces.

El mundo de los cabarets era muy bonito, no estaba tan... como está ahorita. Aquí salía la gente con su bolsa llena de billetes, en la mano, porque había mucha lana. Se acababa de terminar la guerra, venían gringos por todos lados, en el tren que venía de San Diego a Arizona. Hacían muchos negocios.

Había cabarets de primera categoría, que ya los quisieran ahorita. ¡No hay ni uno, ni uno que les llegue a un cabaret de aquellos tiempos, de lo elegante, de lo bonito, de veras! ¡Unas alfombras, que ya quisieras; unas cortinas persas! ¡No, una chulada, bonitos! ¡Cabarets de catego, tipos lejano oeste!, que tienen su división, la barra, su pista por allá, con mesas, la orquesta allá arriba. ¡Una chulada de cabaret, de veras!

Me tocó la primera vez que se quemó La Chinesca, como en el 48. Y me tocó ver a los chinos salir, con trenzas, del área de los sótanos. ¡Amarillos, con una pinchis trenzonas, hijos de su máquina!

Había casas de juego. No sé si existan todavía, pero había muchas, ¡muchas!, subterráneas, con entradas secretas. Nadie sabía; entraba uno a un comercio, a un restaurant, una zapatería, en fin, y con una contraseña se metía. Había puertas especiales por donde iba uno a dar a las casas de juego. Todas eran manipuladas por los chinos.

Eran casinos, no muy lujosos como los de Las Vegas, pero tenían todo: su guardia, para controlar cualquier desorden; las mesas de ruletas, de barajas, de dados; bebidas, de todo le servían a uno ahí.

Fui a varios; como trabajaba de noche en los cabarets, pues se prestaba. Pero al que más entré, llegaba uno por la avenida Juárez. Por donde está la Joyería Central, a un lado había no me acuerdo si era un restaurant, un negocio de chinos, y en seguida estaba una entrada como a una logia, una asociación china. Pues uno entraba y veía todo lo que es el rito, misterioso, como son ellos. El que no sabía entraba nada más hasta ahí, pero el que sabía con la contraseña se iba por otro lugar y bajaba al sótano. Ahí estaban abajo.

Llegué a entrar, y había mucha gente conocida, que fueron grandes amigos míos y no tiene caso mencionarlos, porque todavía viven sus descendientes. El guardia fue un gran cuate mío, que murió hace poco, ya de viejo; era un expugilista. Uno de tantos guardias, el último que yo conocí; pero había muchos, pues había mucha lana, les pagaban muy bien.

Eso sí, comía uno a todo dar. Yo no tomaba nada en ese tiempo, para nada; no sabía lo que era droga, ni nada. Sí miraba que fumaban sus pipas ahí, muy a todo dar, porque tenían como vaporeras, como que calentaban el agua y pasaban el opio. Unas pipas muy bonitas. Uno los miraba fumar, pero ellos como si nada, seguían jugando.


***


Los que dicen cosas terribles del licenciado Maldonado son gente mal orientada, que no lo conoció, no estuvo cerca de él. Él fue un gobernador muy sincero, muy honesto, modesto; la prueba está en que el único rancho que yo le conocí estaba en el Valle de Guadalupe. Yo anduve con él ahí, en ese ranchito. Y lo vendió cuando ya no era gobernador, por estar muy jodido.

Tenía otro en Guadalajara, y lo vendió también porque quedó muy amolado, después de que fue gobernador. Porque él siguió ayudando a la gente, siguió ligado a los movimientos campesino y obrero.

Se sacaba de una bolsa, le daba a la gente; se sacaba de otra, y les daba. Ai tengo fotos de la gente que recibía desde que entraba a palacio: las escaleras llenas, y él atendiéndolos. ¡Y ay de aquel que se le acercara, cuatacho de él, porque le decía: "¿No traes ahí veinte pesos? Dáselos aquí a esta persona"! ¡A ellos los bajaba con la feria para ayudar a la pobre gente!, que les servía de mucho, porque a veces no traían ni pa comer ni pal camión.

Pero sí ayudó a la gente, metió la luz a muchas colonias, al valle. Él fue el que creó el comité de caminos vecinales, para que se hicieran las carreteras al valle; los pozos, cientos, no sé cuántos, miles de pozos de agua perforados.

Fueron colonias populares la mayoría de las que se formaron en su gobierno, de gente muy humilde. No digo aquí en Mexicali, también en Tijuana, Ensenada, Tecate. A mí me tocó ver fundar muchas colonias, de veras.

Yo tengo todo eso gráficamente. No lo estoy salvando, te estoy diciendo lo que yo viví, como puedo decirte lo que viví del otro gobernador, o del otro. De todos, no se me olvida. Tengo grabado más el de Braulio, porque con él empecé; él me ayudó, él quiso ayudarme más, desgraciadamente no se pudo.

Yo conocí a los chemitas; no es como dice la gente, sinceramente. Nunca les vi alguna cosa mala. Como todo ser humano, sí: les gustaba echar bala cuando se les brincaba el cloch, como todavía se nos brinca a algunos de diferentes corporaciones, que se nos pasan las copas, sacamos la pistola y empezamos a tirar.

En ese tiempo Mexicali era chiquito, estaba naciendo, nunca habíamos conocido a un gobernador con pistoleros, es la verdad. A García González yo lo conocí, siempre andaba solo, solo. Joven él, a todo dar, sin guaruras. Caminaba a pie por todo el parque Héroes de Chapultepec.

Yo no conocí guaruras hasta con Braulio. Pero eran personas muy sinceras, gente del campo, que él se las trajo de su tierra, de Jalisco. Ellos eran líderes de allá, gente que no está preparada, gente ignorante, pero que tiene la escuela de ver por sus compañeros del campo.

Entonces, aquí vinieron y se les quedó "los chemitas", porque el más allegado al licenciado Maldonado, su cuatachísimo, se llamaba José María.

De lo demás, que dicen que a los detenidos se los llevaban a la Salada y que... ¡yo no sé! Nunca les vi nada malo. Sí se ponían a pistear y todo, pero hasta ahí.


***


Con Braulio trabajé muy a gusto, porque no había tanto protocolo como hubo después, con los demás gobernadores, que ya hubo más seriedad: "Señor, ¿puedo pasar?", en fin. Y con Braulio tuve esa confianza, de decirle "Braulio", cuando debe uno decirle "señor gobernador". Pero había esa sencillez, le inyectaba a uno esa confianza.

La gente humilde iba y le platicaba problemas sencillos, de su familia, ¡y querían que él se los resolviera! Había esa sencillez, esa confianza del pueblo a su gobernante. Lo miraban y le decían: "Oye, tú, Braulio", ¡de veras!

Y era un hombre preparado, hablaba muy bien el inglés, pero lo hablaba cuando él sabía dónde. Estuvo mucho tiempo en Estados Unidos.

Con el licenciado Maldonado trabajaba día y noche, ¡día y noche!, sin saber si era sábado, domingo, dondequiera. Si se iba los sábados y domingos para el sur de la Baja California, ai voy; por camino, por carretera, por avión, dondequiera, ai voy yo.

Él siempre salió a despachar al campo, a las colonias, a los sindicatos. Iba mucho a La Rumorosa, pues hay grandes colonias que se formaron, como la Gustavo Aubanel Vallejo, que es una colonia inmensa, que maneja miles de hectáreas.

La casa que dicen que era suya, a un lado de la carretera, era del licenciado Alfonso García González, cuando era gobernador –primero fue gobernador del territorio, y después fue gobernador interino, el primero–; después se la regaló a Esquivel. Braulio visitaba esa casa, cuando ya no era gobernador. Pero tengo entendido que García González se la dio a Esquivel y casi no la usó él.

Estaba muy bonito ahí; tiene una vista de todo el valle de Mexicali, La Rumorosa, la Salada, en la noche ves hasta Palm Springs. Muy bonita vista.

Braulio tuvo una casa en Tecate, muy sencilla; otra en Tijuana, también muy sencilla; en Ensenada no, pues llegaba con su cuñada, la maestra que le decían la Paloma, hermana de su esposa, doña Carlota. Por lo regular nada más llegaba a bañarse, a cambiarse, y se seguía, se iba a los ejidos, a caminar. Él fue incansable, de veras.

La última vez que lo vi fue en México, en el hotel Monte Real. Vivía casi en el último piso, y seguía litigando, orientando; tenía campesinos con él siempre. Entonces estaba de gobernador Roberto de la Madrid.

Yo lo visité después en Ensenada, pero ya estaba muy malo. Apenas podía caminar y hablar. Nadie lo visitaba, no quería que nadie lo viera, más que un servidor y gente muy allegada a él. Tenía una molestia por la embolia que le pegó. Pero creo que su única agonía, su preocupación, fue no sentirse bien por no poder seguir ayudando a la gente.

Él era comunista de hueso colorado. Cuando íbamos una vez pa San Quintín me iba platicando: "Estos pinches gringos me entrevistaron el otro día y me dijeron –ya se estaba terminando su gobierno, le faltaban meses– que si estaba contento con mi gobierno, con mis funcionarios, que si había sido como yo hubiera querido que fuera. Y les dije: 'No. Hice un ensayo'".

Porque él en su gobierno tuvo la iniciativa privada, caballeros de Colón –aunque era de izquierda–, obreros también. "Yo, como les dije, si de veras hubiera querido un gobierno a mi manera de pensar, lo hubiera hecho de obreros y campesinos. Pero no, hice un ensayo. Los que vengan van a saber qué van a hacer. Les va a tocar un paquete muy duro, eso sí".

Y así vino. Esquivel, cuando salió electo, le hizo ver su suerte al licenciado Maldonado, cuando él ya era el gobernador. Lo trató muy mal políticamente.

Cuando el gobierno del licenciado Maldonado, las grandes obras hidráulicas, las carreteras grandes, las hizo Esquivel. Era contratista, tenía una compañía muy grande de construcción, con maquinaria pesada. Hizo grandes presas aquí y en Centroamérica; no estoy muy seguro de si en Colombia o en Guatemala lo condecoraron, porque hizo una presa de lo máximo. Era un buen técnico, lo máximo en ingeniería hidráulica. Pero fue muy duro con el licenciado Maldonado, lo acusó de fraude de creo que sesenta millones de pesos, que había desfalcado al estado, cuando la mayoría de ese dinero se debía a él.

Ésa es la verdad, porque cuando dejó el gobierno el licenciado no se fue luego luego. Se quedó a vivir aquí; tenía una granjita pal lado de la colonia Carbajal, allá pa las orillas, pal lado de La Bodega. Eran granjas. Ahí tenía una granjita y unas vacas.

Yo siempre estuve en contacto con él. Iba allá y me regalaba un galón de leche para mis hijos, de sus vaquitas. Él me bautizó a dos hijos.


***


Tuve problemas muy fuertes después con el gobernador que siguió, Esquivel, que yo no tenía la culpa, pero a mí me los achacaron. Por eso es que me canceló mis placas de taxi, y cuando me las había dado, que me dijo que fuera a recogerlas, ese día tuvo un problema muy fuerte con los transportistas, que siempre lo hay, cada año, por el alza del pasaje y la gasolina y todo eso.

Duró en la casa de gobierno como cuatro horas, deliberando con los líderes de transporte. Y yo afuera esperándolo; ya me iba a dar un permiso, después de seis años.

Entonces, sale de la junta y me dice:

"–Chatito, me voy a comer, no te muevas; o vete a comer y aquí nos vemos. Ya no aguanto. Pero ya está arreglado tu asunto.

"–Muy bien, señor gobernador, me voy a la casa".

Y él se vino a comer acá por Las Cazuelas, no sé cómo se llamaba un restaurante de un pariente de él, de comida yucateca –era muy vasto para comer el señor Esquivel, muy bien comía–. Y de ahí se fue al otro lado, no sé, para Brawley, a comprarle una flor a su esposa, que venía en camino de México.

Estaba yo comiendo con mi mujer, serían como las seis de la tarde, y estábamos viendo la televisión, cuando suspenden la programación para decir que el gobernador del estado de Baja California acababa de fallecer en el otro lado.

¡Me solté llorando, llorando! Todavía mis chamacos estaban chicos, y no ganaba uno lo suficiente.


***


A mí me da tanto gusto ver este Mexicali bonito. El licenciado Milton, que tuvo esa visión de formar este nuevo Mexicali... Me duele que en su gobierno hayan desaparecido muchas obras del licenciado Maldonado, como la primera biblioteca que tuvo el estado, y muchas que ahorita no recuerdo.

Pero él formó este nuevo Mexicali, le dio vida. Tuvo mucha visión, fue una persona muy visionista. Quién se iba a imaginar; cuando empezó a hacer el bulevar Lázaro Cárdenas muchas personas lo criticaban, ¡y mira ahora, no caben los carros, hay que hacer otro! Él tuvo esa visión, él miraba todo lo que se iba a venir más delante.

Todos han dejado su granito de arena. Al licenciado le tocó la cosa inmobiliaria y a muchos les tocó la creación de leyes. Aubanel nada más estuvo nueve meses en el gobierno, lo que le faltaba a Esquivel; le tocó luchar mucho por el estado desde su fundación, a él y a todos los diputados constituyentes.


***


Había dos opciones y yo opté por irme a la Procuraduría: necesitaban un fotógrafo especializado. La otra era muy buena, pero yo no conocía a la primera dama del estado ni al gobernador. Hubo dos o tres veces que llegué a salir con él a varios actos: fui a la Geotérmica en giras con él, fuimos a varios actos.

Pero no te conoce en ese momento por esas cosas. Y para ser el fotógrafo de la primera dama, que era a donde me iban a mandar (como fotógrafo del DIF estatal), debe haber confianza, tanto en el gobernante como en la señora. Y a mí no me conocían.

Entonces, yo le dije al señor Corella, que era oficial mayor, que me iba a la Procurarduría. Y desde entonces estoy ahí, tengo ocho años. Entré a Periciales, ahí me enseñaron, porque no soy perito. Pero tengo nociones: sé lo que es la grafoscopía, la balística --que es muy difícil--, dactiloscopía, perito de campo, que era lo que estuve haciendo en mis últimas funciones ahí.

Después, por equis, que no viene al caso comentarlo, me vuelven a sacar de Periciales y me mandan a otra área que yo ni conocía. Pero, pues, ni modo, donde lo manden a uno. No quería dejar mi trabajo, cómo voy a dejarlo nomás porque sí.

Ahí el comandante Eusebio Rodríguez me dice:

"–Oye, Chatito, ¿lo que aprendiste ahí en Periciales no lo podremos hacer aquí?

"–¡Cómo no! Me canso ganso".

Y empezamos a formar ese departamento, de Identificación. Ahí se ficha a todos los maleantes, y en cinco minutos o menos el agente tiene la fotografía de la persona que anda buscando, si es que está ahí. Ése es mi trabajo.

Ahorita ya hay dos peritos, muy competentes. Ahí estamos los tres colaborando y dándole un servicio a la Procuraduría.


***

Quiero tomarle las palabras al señor gobernador, de que están los Talleres Gráficos a mi disposición, para empezar a hacer algo, para que los chamacos de Baja California sepan cómo nació el estado.

Ahorita que anda de moda, que están haciendo concursos, que un chamaquito ganó un concurso de primaria. Es bueno que conozcan, que vean sus edificios, sus calles cómo eran antes, que conozcan el Mexicali del 50 para acá.

Mi cámara sigue activa, siempre, no la puedo dejar, para nada. Lo que veo lo capto, bueno o malo. Las fotos malas las sé tomar buenas, y las buenas las hago malas, porque para todo eso se aprende también.


(Entrevistó: Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar)

Publicado en Sietedías No. 71, el 21 de junio de 1998.

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