REVISTA DE POR ACÁ

Con el objetivo de mostrar la cultura regional en todos sus aspectos, apareció en su segunda época en 2007, en formato electrónico.

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lunes, 6 de agosto de 2007

¡Yo protesto!

Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar



El Salón de Actos ha sido derribado, me contó mi madre, y yo la escuché boquiabierto. Ella había sido televidente-testigo de la acción criminal.

Yo lo vi después: un rectángulo muerto, por una de cuyas esquinas puede apreciarse la escuela “Amado Nervo”. Muerto todo, aunque dicen que ahí se levantará una biblioteca…

Definitivamente, cada vez el pueblo me gusta menos. Y no es que esté en contra del progreso, que quiera un Guerrero Negro siempre igual, alejado de toda mejoría, en donde no se perciba el paso del tiempo.

Para nada.

Pero es en estos días en que he vuelto de vacaciones, con todo el gusto del mundo, que otra vez he observado con tristeza cómo, al parecer, estamos empeñados en acabar poco a poco con nuestra historia, y de paso con nosotros mismos.

Primero fue el Alto, luego los colectivos y ahora el Salón de Actos, que fue sede de importantes acontecimientos de la historia guerreronegrense (no “negroguerrerense”, por favor): asambleas sindicales, donde se tomaron acuerdos cruciales para la comunidad; festivales y graduaciones escolares, que daban cuenta del desarrollo educativo y cultural de la población; fiestas populares de todo tipo, donde se continuaba con los milenarios ritos de la socialización; funerales, en que se honraba y despedía a hombres y mujeres, niños y adultos, que habían puesto su granito de arena en la construcción de esta singular ciudad.

Todo eso les valió madre. Ladrillo tras ladrillo cayeron al suelo y sólo quedó un rectángulo muerto.

¿No hay mal que por bien no venga? ¿E1 fin justifica los medios? ¿Tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata?

Como guerreronegrense de nacimiento y de corazón, ¡protesto enérgicamente por este crimen continuo que estamos cometiendo contra nuestro patrimonio cultural! ¿Y aun así nos podemos proclamar defensores de nuestro entorno?

¿Alguien está consciente ya de lo que estamos haciendo con nuestra historia? ¿Cómo es posible que, mientras en otros lugares se toman medidas para proteger y preservar los edificios históricos —no muy lejos, las misiones de Santa Gertrudis y San Borja—, aquí los derribemos, porque nos estorban o afean el paisaje?

¿Será necesario eliminar el Alto, los colectivos, el Salón de Actos —más lo que se acumule? ¿No somos capaces de conjuntar el progreso con la conservación, el ayer con el mañana? ¿Qué cuentas les rendiremos a nuestros niños?

Hoy no encuentro dónde explayar mis recuerdos, porque cada vez que recorro el pueblo se parece menos a lo que viví. Ahora hallo un moderno conjunto habitacional, ajeno a nuestras raíces y a nuestra identidad. Veo un paisaje que no corresponde al que conservo en mi mente, Y empiezo a sentirme extraño en las calles en donde crecí.

De veras, aunque me digan sangrón, cada vez me gusta menos el pueblo.

El PAN pretende subsanar pasivos de Ruffo en materia cultural


Publicado en La Crónica el martes 1 de agosto de 1995.



Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


La propuesta cultural del Partido Acci6n Nacional (PAN) para el próximo sexenio en el estado, retoma la experiencia de estos años y pone énfasis en los pasivos del gobierno ruffista: la falta de infraestructura y la insuficiente oferta cultural; además, incluye la incorporación de los particulares en la obtención de recursos para fomentar y difundir la cultura.

Según el documento Consolidación del esfuerzo democrático. Plataforma política 1995-2001, del Partido Acción Nacional, “la participación del Estado en la cultura se orienta hacia el fomento y preservación de la cultura y sus expresiones. La postura del gobierno frente al proceso cultural es de neutralidad y respeto ya la libre expresi6n” (pág. 72).

En dicho texto se precisa que “es necesario asegurar el apoyo del Estado a la cultura, para lograr un desarrollo de las artes en su (sic) variadas expresiones”. Se reconoce más adelante: “No se cuenta con una oferta artística permanente y de calidad. Los sitios de recreación y de reunión necesarios para la cultura son pocos y funcionan con precariedad y escasos recurso" (ib.).

Lo anterior es importante, teniendo en cuenta que durante el gobierno estatal panista que está por concluir, se redujeron los apoyos en este rubro (empequeñecimiento del Instituto de Cultura –ICBC–, desaparición del Instituto de Investigaciones Históricas, disminución de recursos para la Orquesta de Baja California). Por eso hay que subrayar el compromiso implícito del PAN en el documento de referencia: “Es necesario dotar a las instituciones en materia de cultura, de recursos suficientes, de programas a largo alcance y de flexibilidad institucional para aumentar la cobertura de sus servicios” (págs. 72-73).

La plataforma política del PAN para el periodo 1995-2001, se propone en el ámbito de la cultura:

1) Llevar la oferta a donde tradicionalmente no llega: a zonas rurales, colonias populares y espacios urbanos ignorados. Esto lo procurarían, según se puede deducir de la lectura del documento citado, incrementando los apoyos a las instituciones culturales, creando nuevos “sitios de recreación y de reunión necesarios para la cultura”, coordinándose para ello con otras instituciones, como el Programa Cultural de las Fronteras, la Coordinación de Descentralización y Culturas populares (del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) –habría que agregar: ayuntamientos, instituciones educativas, grupos independientes, IMSS, ISSSTE, Infonavit, etcétera–. Un paso trascendental sería que esta propuesta se concretara realmente en un segundo gobierno panista, pues en el actual la oferta cultural se ha llevado a comunidades marginadas sólo en tiempos de campaña: el fin de semana que acaba de transcurrir, pocos días antes de las selecciones del 6 de agosto, el ICBC intensificó su presencia en las colonias populares y el Valle de Mexicali, ampliando su programa de Domingos Populares, a Jueves, Viernes y Sábados Populares; en años anteriores tal actividad se suspendía durante el verano…

2) Garantizar el fomento a la creatividad por medio de los fondos culturales ya establecidos con la Federación. “En este rubro –dice el documento–, se puede ser más creativo y eficaz, explorando las modalidades de asociación con la iniciativa privada” (pág. 73). –Bueno sería, opina este reportero, que el ICBC hiciera efectivos los artículos de su ley de creación (del 30 al 36) que lo dotan de un patronato, el cual “será el órgano auxiliar para la preservación, conservación y fomento de su patrimonio”–. Se realizarían además acciones como: “La educación y reforzamiento del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, la preservación de las convocatorias artísticas y literarias (Bienal, premios estatales) y el apoyo a las asociaciones culturales independientes y a proyectos avalados por su consistencia y proyección” (ib.).

3) Conformar un mercado de cultura, que haga posible un juego de oferta y demanda que active la dinámica de las diversas artes y disciplinas.

4) Actualizar el inventario del patrimonio cultural y difundir los valores y contenidos regionales con cursos, conferencias, museos y exposiciones. En el documento de referencia se señala: “A Baja California le urge una mística de revaloraci6n de nuestro pasado; evaluar la tradición escrita, estudiar a las etnias (actualmente en severas dificultades), documentar nuestro pasado y la formación de la idiosincrasia (sic)” (ib.). En este sentido se fomentará la publicación de libros y revistas con contenidos acerca de temas de historia, divulgación científica y tecnológlca. –El texto blanquiazul no menciona una segunda edición, corregida y actualizada, del Diccionario enciclopédico de Baja California, que es ya de carácter urgente; tampoco señala si será el ICBC quien realice las tareas citadas líneas arriba, pues ya desapareció el Instituto de Investigaciones Históricas y a nadie se le endosaron sus funciones.

5) Reforzar la cultura bajacaliforniana con la nacional. Algunas acciones que se llevarían a cabo para alcanzar este objetivo serían: “Reforzar los diversos festivales culturales regionales como el de la Raza y participar en los nacionales como el Cervantino, reforzar los vínculos con la comunidad mexicana en Estados Unidos y aumentar la presencia del gobierno involucrando los medios de comunicación con contenidos culturales” (pág. 74).

Ésta es la propuesta cultural del Partido Acción Nacional. Habrá que ver si, de llegar Héctor Terán Terán al poder, no se quedará sólo en buenas intenciones, tal como ocurrió con Ernesto Ruffo; o si, al menos, la próxima administración del Instituto de Cultura de Baja California se conforma a la medida de la ley de creación del organismo.

Necesidad de los observadores electorales


Publicado en el semanario Bitácora en 2006.



Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


Desde las elecciones federales de 1994, cuando de manera clara el candidato priísta Ernesto Zedillo conquistó la presidencia de la república, los bonos del recientemente creado Instituto Federal Electoral (IFE) empezaron a subir entre la ciudadanía. Ya no se pudo acusar al sistema de haber cometido fraude, como seis años atrás. Sin embargo, distábamos de encontrarnos frente a un proceso democrático. El mismo presidente Zedillo reconoció, en su toma de posesión, que su elección se había dado en condiciones inequitativas.

Poco a poco las acusaciones de fraude fueron disminuyendo. Para la elección intermedia de 1997, sobre todo con el triunfo del candidato perredista Cuauhtémoc Cárdenas en la contienda por la jefatura de gobierno del Distrito Federal, la opinión pública y la ciudadanía en general coincidían en que el IFE estaba realmente cumpliendo con su tarea. Esa percepción se solidificó en 2000, cuando el panista Vicente Fox logró derrotar al hasta entonces invencible PRI en la carrera por la presidencia de la república.

Era tal el prestigio del organismo federal, que en Baja California empezaron a alzarse voces a favor de que desapareciera el Instituto Estatal Electoral (IEE) y las elecciones locales fueran organizadas por el IFE, que había demostrado su compromiso institucional, republicano y democrático, así como el profesionalismo de sus cuadros. Esas demandas se intensificaron después del triste papel jugado por el IEE en el proceso intermedio de 2004, cuando no pudo ocultar su parcialidad a favor del elorduismo, siendo derrotadas después algunas de sus determinaciones por los tribunales electorales estatal y federal, sucesivamente.

A pesar de todo, la conformación de un nuevo Consejo Electoral en el IFE hizo surgir un cúmulo de cuestionamientos por la evidente partidización que se dio durante el proceso de selección de los consejeros por parte del Congreso federal. Quedó claro que los triunfadores habían sido el PRI y el PAN, que habían logrado acomodar en el seno del organismo a aliados o incondicionales suyos.

En el actual proceso electoral estamos empezando a sufrir las consecuencias de esta selección amañada. En una contienda que se está caracterizando por la suciedad de los competidores, la carencia de propuestas y un ínfimo nivel de debate (si es que ha habido debate), el IFE ha brillado por su ausencia. Pareciera que la máxima que rige la acción de los consejeros es la de "dejar hacer, dejar pasar". "No hay árbitro", han señalado con preocupación varios analistas.

Y ante la andanada de difamaciones esparcidas sin el menor rubor blanquiazul y con la mayor impunidad, por parte del equipo de campaña del candidato panista en contra del candidato de la Coalición por el Bien de Todos Andrés Manuel López Obrador, el IFE ha optado por hacerse a un lado. Tardo fue para llamar al presidente Fox a que detuviera su campaña mediática que evidentemente favorecía a Felipe Calderón; tardo fue también para definirse sobre la difusión de espots propagandísticos y difamatorios en contra del exjefe de gobierno de la Ciudad de México. Y en este último caso, a pesar de que la Junta General Ejecutiva del IFE recomendó que se suspendiera la emisión de tales mensajes injuriosos, el pleno del Consejo General decidió avalarla, con el argumento de que, en caso contrario, se vulneraría la libertad de expresión de los panistas.

Éstos ya habían advertido, desde días antes, que continuarían con esta tónica de su campaña, y que, de ser condenados por el IFE, ello representaría una censura. Finalmente, el organismo electoral cedió a las presiones.

Esta situación debe poner en alerta a los ciudadanos que abogamos por un proceso civilizado y democrático, y sobre todo a quienes aspiramos a un cambio en beneficio de la población y no más ya de la élite política y económica. Estoy convencido de que es el momento de revivir a los observadores electorales.


Organización imprescindible

En la elección presidencial de 1994, después del burdo fraude cometido por el régimen priísta en 1988; del empobrecimiento y la represión intensificados durante el sexenio salinista; del alzamiento armado indígena de Chiapas y del crimen de Estado contra Luis Donaldo Colosio, se reforzó en la conciencia ciudadana la necesidad de observar críticamente y con plena libertad el proceso electoral en su conjunto, para que éste fuera verdaderamente democrático. Quizá la agrupación que más destacó en esta actividad fue la de Alianza Cívica, a la cual nos afiliamos el grupo de mexicalenses que conformábamos el Movimiento hacia una Cultura Democrática (CUDE).


En las elecciones estatales de 1995, cuando el ruffismo dejaría el poder, la situación estatal nos llevó a los integrantes del CUDE a aprovechar la experiencia obtenida meses antes y, unidos a otras agrupaciones y a ciudadanos en lo particular, crear el grupo de Ciudadanos por la Democracia (CIDEM), que dio seguimiento paso a paso al proceso electoral local y concluyó al final que, efectivamente, la ciudadanía había favorecido con su voto al candidato blanquiazul. No hubo mayores problemas; las denuncias de fraude brillaron por su ausencia.

En las contiendas electorales posteriores, sobre todo ante el mencionado prestigio conseguido por el Instituto Federal Electoral, el número de observadores electorales disminuyó, hasta casi desaparecer. Ahora, en 2006, la Junta Vocal Ejecutiva del IFE en el estado ha informado que solamente una persona se ha inscrito como observador electoral. ¡Un observador en nuestra entidad solamente!

Creo que el exceso de confianza nos puede matar. En 2004 se cometieron tantas irregularidades que prácticamente el proceso tuvo que ser certificado y definido por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en la Ciudad de México. Fuimos incapaces los bajacalifornianos de ponernos de acuerdo, de hacer valer la voluntad ciudadana y de llevar un proceso sin cuestionamientos. En la actual contienda federal, en ocasiones vislumbramos la amenaza de que la gobernabilidad pueda ser rebasada por los acontecimientos.

Los observadores electorales deben (debemos) mantenernos, aunque las aguas parezcan mansas. Y ahora que el mar empieza a picarse, necesitamos levantarnos y ponernos a trabajar. Un individuo solo nada puede hacer. Un grupo ciudadano organizado puede lograr muchas cosas.
¡Es hora, pues, de organizarnos! México nos necesita a todos.

“Escondida por los rincones, temerosa…”

Publicado en Sietedías en 2005.


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


“¿Será necesario que recurramos al fotocopiado para que nuestros niños o jóvenes tengan acceso a la literatura que se ha creado en su propio estado en las dos últimas décadas?”. Esta pregunta, que me hice y le hice a usted, lector o lectora, hace algunas semanas, me la han planteado en días pasados algunas personas, precisamente en referencia a lo que expuse en el artículo “¿Perecedera, nuestra literatura?”.

Y es que, por lo que he podido ver, para quienes gustamos de la lectura de obras literarias --y que estamos conscientes de la existencia de pujantes letras regionales--, es una verdadera preocupación el que las obras de autores bajacalifornianos están tan poco difundidas entre la población en general, e incluso entre la totalidad de la llamada comunidad artística, cultural e intelectual del estado.

Esta situación es compleja, y no se constriñe a la falta de reediciones. Para buscar alternativas de solución, debemos acercarnos a sus causas, que son variadas. He aquí algunas de ellas:

a) Las autoridades y los funcionarios de los ramos cultural y educativo no cuentan con la suficiente visión que les permita valorar la importancia de la obra escrita. (O quizá es lo contrario: precisamente porque valoran tal importancia optan por minimizar los programas editoriales, pues un pueblo que no lee --recordemos el consejo del presidente Vicente Fox-- se vuelve fácilmente manipulable). Sólo de esta manera puede explicarse que la Secretaría de Educación y Bienestar Social no cuente con un programa de publicaciones, ni siquiera con una revista educativa; que el Instituto de Cultura (ICBC) haya prácticamente abjurado del programa que tuvo hace algunos años; que los sucesivos ayuntamientos hayan editado títulos gracias a las ocurrencias o compromisos de alcaldes y funcionarios de cultura, más que a una política definida; que la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) haya reducido a su mínima expresión su labor de fomento y difusión de las letras locales. (De las restantes instituciones, sólo el Centro INAH creó en estos años un proyecto editorial, hoy con un futuro incierto.)

b) Cuando existe, el presupuesto para las áreas editoriales es insuficiente. Al menos, el destinado de manera directa a los rubros de edición de la obra, pues habrá que ver cuántos recursos se invierten en gasto corriente y manutención de la burocracia. Apenas alcanza para modestos tirajes (300, 500 ejemplares, comúnmente) de la primera edición de libros que podrían considerarse afortunados por recibir tal ayuda. Pensar, entonces, que se editará de nuevo un título, cuando hay otros inéditos expectantes por su turno, es inconcebible. Y si esperamos la publicación de una revista (¡al menos una!) que coadyuve a la difusión de nuestras letras, deberemos hacerlo sentados para no cansarnos.

c) El apoyo para los autores locales (con ciertas excepciones) es reducido, tirando a nulo. De esto pueden dar razón incluso investigadores y escritores que gozan ya, al menos en la localidad, de cierto reconocimiento. Un número importante de obras no ha sido publicado aún. Y si nos referimos a narradores, poetas y ensayistas noveles, el panorama es todavía más desolador. No hay ni siquiera certámenes dedicados a ellos. Recordemos que por obra y gracia blanquiazules desaparecieron los juegos florales a que convocaba el ayuntamiento. Y los talleres literarios prácticamente se extinguieron en la ciudad.

d) La difusión y promoción de la obra escrita es escasa. Las instituciones creen que su misión está cumplida con haber publicado el libro. Si acaso, organizan una o algunas presentaciones públicas, pero es el propio escritor quien tiene que conseguir su auditorio. Los funcionarios y sus empleados sólo anuncian el acto a un grupo selecto de “suscriptores”; mandan el boletín a los medios esperando que sean éstos quienes se encarguen de difundir el evento; tal vez distribuyen algunos volantes o peguen carteles, y (si es que el presupuesto dio para tanto) con suerte organizan una presentación en otra ciudad, pagando mínimos viáticos al autor. Y ya. El resultado son presentaciones editoriales muchas veces deslucidas, con la presencia sólo de los organizadores, el escritor, su familia y sus amigos cercanos, algún reportero (si acaso) y una o dos personas desbalagadas. Los creadores foráneos, en su caso, terminan presidiendo un “petit comité”... Y en cuanto a puestos propios de venta, el ICBC mantiene sólo una librería, escondida como la muñeca fea; la universidad, las mismas oficinas del Departamento de Publicaciones, frente a Rectoría, y en parte la tienda de Sorteos en el Centro Comunitario Estudiantil (donde lo que importa vender son precisamente los productos universitarios, y no los libros y revistas de sello cimarrón).

e) En los medios masivos de comunicación no hay en absoluto interés por difundir la obra local. A lo más que se llega es a publicar el boletín de la presentación, o en ciertas ocasiones a enviar a un reportero o reportera que en su novatez llena de adjetivos la nota o sólo informa de manera escueta acerca del acto en sí (y no sobre la obra ni el escritor); si el autor ha tenido la oportunidad de que algún colega o amigo haya escrito una reseña o comentario de su libro, en los periódicos se brinda el espacio para su publicación. Nada más. Impensable, una entrevista con quien presenta su nueva obra, o con sus editores; ni en sueños, un suplemento literario; brincos diéramos por cuando menos una sección de promoción de la lectura. Nuestro periodismo cultural, generalmente, no da para tanto. Y en los medios electrónicos, las referencias a la literatura regional brillan por su ausencia (salvo en contados casos).

f) En las librerías locales, las pocas letras mexicalenses (ya no bajacalifornianas) que se ofrecen en venta permanecen “en la mesa del rincón”, como dirían los Tigres del Norte. Para encontrarlas, hay que saber el camino; a veces, hurgar entre ejemplares de otros títulos que se apilan unos sobre otros y las ocultan. Y es que, sinceramente, no resultan negocio, a diferencia de los best-sellers, o los libros de autoayuda, o las publicaciones que dan cuenta de los escándalos políticos actuales. Y los libreros son vendedores, no promotores culturales. No podemos esperar que ellos asuman la tarea con que no cumplen los funcionarios culturales ni los medios de comunicación.

g) Con precios comerciales, las letras regionales deben competir con literatura más conocida y apreciada por el público. En el último decenio, tanto el Instituto de Cultura como la universidad han sacado a la venta sus nuevos títulos a precios de editoriales mercantiles. No obstante, la difusión y las estrategias de comercialización son deficientes, comparadas con aquellas de que goza la obra comercial. Lógico es suponer, entonces, que el lector común preferirá una obra anunciada con un gran despliegue publicitario, a otra de la que no ha oído antes o cuyo autor desconoce. Ni siquiera en la feria del libro de la UABC los libros recientes de los escritores locales tienen un precio accesible para la mayoría.

h) La literatura local es una desconocida en nuestras escuelas, de todos los niveles. Las causas son las razones expuestas anteriormente, además del desinterés y bajísimo nivel de lectura de nuestros profesores y profesoras. Es la verdad, aunque duela. ¿Cómo podemos promover los docentes las letras bajacalifornianas entre nuestros alumnos y alumnas, si no tenemos contacto con ellas; si no sabemos que existen; si pensamos que carecen de calidad; si no nos resultan tan atractivas como las obras de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Paulo Coelho o Daniel Brown? Y si no leemos, ¿qué ejemplos de lectores podremos dar a niños y jóvenes?

i) Si el escritor quiere resultados, debe convertirse en su propio promotor. Atenerse a la buena voluntad de los funcionarios y los editores periodísticos no garantiza nada bueno. El autor mismo debe salir, pues, con sus libros bajo el brazo, buscar los espacios para presentarlos, recorrer escuelas para ofrecerlos en venta --por lo general a crédito, consciente de que los intentos para cobrar el adeudo darán material para toda una nueva novela--. Sólo así han logrado agotar sus ediciones creadores e investigadores como Celso Aguirre Bernal, Manuel Rojas, Yolanda Sánchez Ogás, Valdemar Jiménez Solís, Mario Bojórquez, Gabriel Trujillo Muñoz (quien es, por otro lado, quizá el que ha obtenido el mayor número de apoyos, por la cantidad y calidad de su obra, además de sus relaciones personales), por citar sólo algunos ejemplos de escritores que tienen el espíritu del vendedor.

Este somero diagnóstico de la deficiente difusión de nuestras letras no pretende causar desánimo. Por el contrario, ansía servir como panorama concientizador que nos lleve a actuar, desde la trinchera en la que podamos hacerlo: docentes, periodistas, autores, promotores culturales, simples lectores y, ¿por qué no?, funcionarios del ramo. Vayamos logrando el cambio, aunque sea poco a poco. Somos nuestra única esperanza.

¿Perecedera, nuestra literatura?


Publicado en Sietedías en 2005.



Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


Walter tiene 14 años y gusta de la lectura. A diferencia de la mayoría de sus compañeros, se inclina por libros distintos de los de moda; busca aquellos que sacien su sed de leer. En el presente ciclo escolar, por ejemplo, ha preferido las novelas “El Zarco”, de Ignacio Manuel Altamirano; “Las buenas conciencias”, de Carlos Fuentes, y “La vuelta al mundo en ochenta días”, de Julio Verne. El común de los estudiantes de su escuela, por el contrario, ha optado por obras como “El fantasma de Canterville”, de óscar Wilde, o “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, tal vez por su brevedad o por ser las clásicas lecturas de los secundarianos.

Walter no piensa así. Me parece que la novela de Altamirano, o la de Fuentes, a fin de cuentas la dejó para leer otra menos extensa, pues se acercaba la fecha de entrega de su reporte escrito y no alcanzaría a terminarla. Pero su pretensión inicial era sumergirse en las aventuras del bandolero decimonónico (en el primer caso) y conocer las aflicciones del adolescente de familia no-tan-bien en la sociedad de Guanajuato de mediados del siglo pasado (en el segundo).
Recientemente se propuso leer la novela “Tijuana City Blues”, de Gabriel Trujillo Muñoz. Tuvo conocimiento de ella al visitar el sitio de Internet “Atrapad@ entre las páginas”, y tomando nota ahí mismo de los teléfonos de las librerías locales, investigó dónde podría encontrarla. Le dijeron que no la tenían en existencia, pero que podía encargarla a un costo aproximado de trescientos pesos.

Intrigado, me lo comentó una mañana. El precio me pareció excesivo; “debe haber un error”, le dije. Vi en él un interés tan grande en conseguir la novela, que me ofrecí a ayudarle en su búsqueda. Pero las referencias en la red me indicaban que dicho título se encuentra agotado. Entonces me comuniqué con el autor, quien me contestó que mi alumno podía ir a comprarle directamente la obra.

Por fin, fue el padre de Walter quien acudió ante Trujillo Muñoz. Después, un sonriente joven lector me mostraba su nuevo libro y lo prestaba a sus compañeros, quienes lo hojeaban y comentaban.

Creo que el primer caso se dio con “Una de dos”, la breve novela del también nativo de Mexicali Daniel Sada, quien vino precisamente a esta ciudad a presentarla, hace ya más de una década. Narré a mis alumnos de ese año 2000 cómo había ocurrido mi entrevista con el escritor y escucharon divertidos las anécdotas que él me contó de sus primeros años aquí (de la maestra de piernas bonitas del jardín de niños “Federico Froebel”, a la que soñaba como su segunda mamá). El interés de los jóvenes de tercer grado creció al conocer el inicio de la historia de las gemelas Gamal, aquéllas tan parecidas entre sí y tan unidas que terminaron compartiendo el novio, sin que él lo supiera.

Algunas alumnas --sobre todo: los niños se rehúsan generalmente a leer una novela o un cuento cuyo protagonista sea femenino-- leyeron la novela, la recomendaron a sus compañeras, alguna la compró, otra obtuvo fotocopias del ejemplar… Entonces decidí ya no prestar el que aún conservo autografiado por Sada, para no terminar perdiéndolo.

Adivine usted, lector o lectora, cuál fue el siguiente escritor bajacaliforniano que presenté a mis alumnos y alumnas… ¡Acertó!: Gabriel Trujillo Muñoz. Visitando una pequeña librería que se localizaba por la avenida Panamá, casi junto a la calzada Justo Sierra, me encontré con la pequeña novela titulada “Espantapájaros”. No soy adepto de la ciencia-ficción, pero sé del gusto que les depara este género a los adolescentes. Entonces adquirí un ejemplar para prestárselo a los jóvenes… hasta que mejor decidí conservarlo en mi biblioteca personal.

Poco después algunos alumnos de tercer grado llevaron al aula las novelas “Mezquite Road” y “Tijuana City Blues”, creo que ambas autografiadas a sus padres por el propio autor. Una vez terminado ese ciclo escolar, ambas obras no han sido leídas de nuevo en la escuela --ahora sí, gracias a Walter.

Finalicé esta primera etapa de presentación de escritores locales con “Conjurados”, del mismo Trujillo Muñoz. El ciclo pasado, Andrea, una alumna de segundo año, extravió el ejemplar que me había firmado su autor, y apenada fue en su busca, con el fin de comprarle uno nuevo y pedirle que estampara en él su autógrafo para su profesor de Español.

He querido seguir invitando a mis alumnos a que lean otras novelas de escritores bajacalifornianos. Pero me ha detenido la ausencia de ejemplares en las librerías locales. ¿Dónde podrían conseguirlos los jóvenes estudiantes?

Como maestro, me topo aquí de nuevo con el mismo problema al que me he enfrentado anteriormente como periodista cultural e interesado en la creación artística regional: la falta de una política de reedición por parte de las instituciones, particularmente la Universidad Autónoma de Baja California y el Instituto de Cultura del estado, las principales editoras de libros de autores locales en la entidad.

¿Dónde están ahora obras narrativas importantes como “Apetencias del alma”, de óscar Hernández; “El agente secreto”, de Rosina Conde; “Historias de la guerra menor”, de Sergio Gómez Montero; “Si tarda mucho mi ausencia”, de Javier Fernández Aceves; “Mediodía sin fronteras”, de Francisco Lizárraga; “El gran preténder”, de Luis Humberto Crosthwaite, o “Laberinto”, de Trujillo Muñoz --por mencionar sólo algunos cuentos y novelas?

La lista se agrandaría si nos referimos a la poesía, o incluso a antologías fundamentales como “Parvada. Poetas jóvenes de Baja California”, “Antología de la nueva narrativa bajacaliforniana”, “Un camino de hallazgos. Poetas bajacalifornianos del siglo XX”, “Baja California. Piedra de serpiente”, o “El cuento contemporáneo en Baja California”. (Más aún, si pensamos en obras de temática histórica.)

¿Dónde están las novelas, los cuentos y los poemarios más recientes? ¿En cuál librería de Mexicali pueden conseguirse los libros de los escritores tijuanenses, tecatenses, ensenadenses…? ¿Hay y habrá suficientes ejemplares para los alumnos secundarianos y preparatorianos actuales, y para quienes los sucederán en las generaciones venideras?

¿Por qué se nos priva de conocer nuestra literatura contemporánea a quienes no tuvimos la fortuna de conseguir alguno de los 300 ó 500 ejemplares que se editaron de cada título; a quienes no gozamos de la cercanía con el autor o la autora, que nos hubiera valido para contar al menos con un ejemplar, ya fuera en venta o como obsequio? ¿Dónde está la labor de divulgación de nuestras letras entre los jóvenes bajacalifornianos? ¿Cómo podemos esperar que ellos valoren lo que nos pertenece, si no lo ponemos a su alcance?

Podrá aducirse que con relativa facilidad pueden conseguirse o encargarse obras de escritores como Federico Campbell, Luis Humberto Crosthwaite, Jorge Ruiz Dueñas y los mismos Sada y Trujillo Muñoz, entre otros pocos. Es cierto, Dios es muy grande. ¿Y cuántos ejemplares de sus obras están disponibles actualmente en la ciudad? Las novelas que he mencionado de Trujillo Muñoz y que fueron editadas por casas comerciales, son inexistentes hoy en día en Mexicali. De Crosthwaite no recuerdo haber visto algún título en las librerías locales. Sí de Sada, Campbell y Dueñas, y parémosle de contar.

¿Es que la literatura bajacaliforniana tendrá el triste destino de ser perecedera ante los ojos de los editores oficiales; de quedar como mera referencia en artículos, ensayos, antologías, mientras tales artículos, ensayos y antologías estén a su vez disponibles también? ¿Cuál es la “vida útil” de nuestra narrativa, nuestra poesía, nuestra dramaturgia, nuestra historia regional?

Es triste acudir a ferias de libros en la ciudad con una reducida presencia de autores locales. ¡Qué gusto ver que nuestros escritores son reconocidos en el centro del país, en el extranjero! ¡Pero qué injusticia que no podamos conocer y disfrutar su obra, mucho menos divulgarla entre nuestros niños y jóvenes!

¿Será necesario que recurramos al fotocopiado para que tengan acceso a la literatura que se ha creado en su propio estado en las dos últimas décadas? Me temo que ésa seguirá siendo la opción, por lo pronto. Ni modo. De los males, el menor.

Jatñil, "Caballo Negro"

Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


A fines del siglo XVIII, la parte norte de Baja California era escenario de la labor dominica, de fundar misiones para reducir a la dispersa población indígena, conquistando estas tierras para el imperio español. A la región se le llamaba La Frontera, después de que los franciscanos la habían dejado a los dominicos, para irse ellos a trabajar a la Alta California.

La mayor parte de los indígenas que poblaban La Frontera eran de la etnia kumiai. Vivían desde la costa del Pacífico hasta la Laguna Salada —-que ellos llamaban Macuata, de "mamtcuaty", cerro grande, en referencia a La Rumorosa—; hacia el sur llegaba su territorio hasta la misión de San Vicente Ferrer, y de ahí hasta la mencionada laguna, trazándose su frontera meridional en una línea imaginaria con dirección noreste.

En ese ámbito vino al mundo un niño que adquiriría gran trascendencia en la historia de los indígenas bajacalifornianos. Se desconoce su fecha de nacimiento. Procedía de una familia que tradicionalmente había tenido el mando de su tribu, el shumul de linaje Mishwih, pues su abuelo y su padre fueron capitanes.

Como todos los niños kumiais, éste recibió una estricta educación, basada en el respeto a los demás. Sus mayores siempre procuraron darle el ejemplo correcto, ya que se buscaba crear en él un “buen corazón”.

Pero este niño también vivía como tal se divertía, jugaba: a las “guerritas”, a resbalarse por laderas, a correr por el campo y nadar en los represos, a patear la pelota. Cuando estuvo un poco más grande se le enseñó a elaborar algunos instrumentos, como el arco y la flecha, el palo de cacería, la honda y el mazo de guerra; con ellos participó en distintas competencias de destreza.

Cuando el pequeño llegó a los siete u ocho anos de edad recibió su nombre, de acuerdo con la tradición kumiai. El día del bautizo, algunos ancianos les explicaron a él y a otros niños que ya eran seres humanos, por lo que deberían llevar una vida recta y honrada. A él se le llamo Jatñil, que en su lengua significa “Caballo Negro”.

Una vez bautizado, Jatñil se adentró en las actividades de recolección y preparación de alimentos, pues, como todos los niños, pasaba la mayor parte de su tiempo junto a su madre y las mujeres de la tribu. Alrededor de los diez años inició su adiestramiento en la cacería y la guerra.

Para llegar a ser un guerrero destinado a grandes eventos heroicos, fue sometido a la ceremonia de iniciación. Con un grupo de adolescentes bebió toloache; recibió explicaciones acerca del orden cósmico y de cómo éste se conservaría gracias a la recta conducta que ellos observaran en su futuro; pasaron por dos meses de duras pruebas. Finalmente, cada uno recibió su koiat, o palo ceremonial adornado con plumas de tecolote, que les daba el honor de participar como hombres en los eventos.

A Jatñil se le capacitó para el liderazgo. Tuvo que aprender los distintos dialectos kumiais y algunas otras lenguas vecinas, así como todo lo que se refería a las ceremonias de su tribu. Cuando falleció su padre, el consejo de ancianos de su shumul lo ratificó como capitán, pero debió esperar a que transcurriera el año de luto para asumir el mando.


Con las "gentes de razón"

El capitán Jatñil, según sus descendientes, era un hombre fuerte, enorme, de fiero aspecto y muy sabio; debió liderar a su tribu durante las guerras con otros grupos indígenas, incluso con los mismos kumiais del desierto (también llamados kamiais); pero con los misioneros y soldados trabó alianzas. “Mi padre me decía que esta tierra sería de las gentes de razón y que no fuese yo contra ellas, así como no fueron él, ni mi abuelo; todos fuimos siempre amigos de los blancos”, explicó en cierta ocasión.

Ayudó a los dominicos a levantar la misión del Descanso, en 1817, y la de Guadalupe, en 1834; también, a sembrar todos los años y a levantar las cosechas. Fue un gran apoyo para sofocar las rebeliones de los aborígenes, que se sucedieron una tras otra durante las primeras décadas del siglo XIX. Las distintas etnias formaban alianzas bélicas para enfrentarse a los extranjeros, por el mal trato que recibían de parte de ellos. Jatñil y sus hombres entonces peleaban junto a los soldados de las misiones.

Después de haber impedido que un grupo de sublevados acabaran con una escolla, en la sierra de Jacumé, Jatñil se replegó hacia el litoral del Pacífico, para alejarse de sus muchos enemigos. Cierto día, en que fue a buscar almejas a Rosario, lo apresaron y lo llevaron a la misión de San Miguel Arcángel. El padre Félix Caballero, a quien el líder kumiai había apoyado en numerosas ocasiones, ordenó que lo castigaran para obligarlo a abrazar el cristianismo. Al cabo de varios días lo bautizaron y lo llamaron Jesús.

Lo sometieron a trabajos forzados, como a los demás indígenas; "todos los días me azotaban injustamente porque no cumplía lo que no debía hacer", recordaría Jatñil años después. Decidió entonces escapar y emprendió la huida rumbo a La Zorra; pero lo capturaron y lo regresaron a la misión.

Por fin escapó exitosamente y planeó asesinar al misionero; lo encorajinaban los bautizos forzosos de que era objeto la gente de su tribu. A principios de octubre de 1839, acompañado de un buen número de gente armada, el capitán kumiai llegó a la misión de Guadalupe resuelto a matar al padre Caballero. Pero la indígena María Gracia ocultó al sacerdote sentándose sobre él y cubriéndolo con su túnica, de modo que Jatñil no logró verlo cuando le preguntó dónde se encontraba.

Sin embargo, con el paso de los días la insurrección llegó a ser general y el misionero optó por abandonar La Frontera. Poco a poco las guerras intertribales se recrudecieron, hasta que Jatñil impuso el orden, con el cargo de kuipay cua-tay (jefe de guerra). Su poderío se extendió por toda la región, aunque ocasionalmente otro jefe, Nicuar, se resistía a su dominio.

En las décadas siguientes, el jefe kumiai –mencionado como Huta Neal, o "Indigo Horse", en documentos del ejército estadounidense– continuó apoyando a las autoridades de La Frontera en la persecución de malhechores.

Su nieto Juan Mishkwish recuerda que a fines de los años ochenta del siglo XIX le tocó asistir a un kerok (ceremonia fúnebre), organizado por su abuelo. No hay más datos sobre él, se ignora su fecha y lugar de nacimiento.

La vida de Jatñil es de las pocas cosas –si no la única– rescatada de la tradición yumana que prohíbe nombrar a los indígenas muertos y que ha enterrado en el tiempo el pasado de esas etnias. Así, este personaje ha logrado sobrevivir.


Fuente consultada:

"Nnait Jatñil, soy Caballo Negro", ensayo de David Andrés Zárate Loperena, publicado en la revista Estudios Fronterizos números 31-32, de la UABC.

La comunidad lo mantiene en pie

Publicado en el semanario Sietedías en enero de 1998.



Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


Inaugurado con bombos y platillos el 24 de octubre de 1989, después de algunos años de trabajo por la comunidad y una inversión de casi cien millones de viejos pesos por parte de la administración interina de Oscar Baylón Chacón, el Museo Comunitario El Asalto a las Tierras, del ejido Michoacán de Ocampo, hoy ve con tristeza cómo las autoridades sólo lo recuerdan cada 27 de enero.

Aunque en su creación participaron el gobierno del estado y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, en la actualidad el museo se mantiene sólo gracias al apoyo de la comunidad, dice su coordinadora, Bertha Chávez Villalobos.

Si bien durante la época ruffista, cuando Manuel Felipe Bejarano Giacomán dirigía el Instituto de Cultura de Baja California, se dieron algunos apoyos a éste y otros museos comunitarios, hoy la única relación existente se manifiesta en las exposiciones que el ICBC monta en el museo del Michoacán de Ocampo.

Por parte del INAH, nada, reitera Chávez Villalobos. Sietedías procuró en vano una entrevista con la delegada estatal de esta institución, Julia Bendímez Patterson, pero en lugar de ella se proporcionó al reportero una relación de los apoyos que se han dado al museo desde su creación.


Los primeros pasos

La inquietud porque se creara un museo comunitario en el ejido Michoacán de Ocampo, surgió primeramente en la profesora Yolanda Sánchez Ogás en sus trabajos de investigación por parte del Museo Hombre, Naturaleza y Cultura, del gobierno del estado (actual Museo Universitario), según cuenta ella misma.

Hacia 1984, Sánchez Ogás empezó a trabajar, por su cuenta, en la comunidad. Entrevistó a varios de los sobrevivientes del Asalto a las Tierras, como a Pedro Pérez Hernández, Emigdio Mora Pantoja, Filiberto Crespo y Petra Pérez viuda de Rentería, entre otros. (Frutos de este trabajo han sido algunas publicaciones de la investigadora, como la historia de vida de Petra Pérez titulada Para seguir accionando y el ensayo histórico Movimiento agrario en el valle de Mexicali.)

Posteriormente, se montó una exposición fotográfica en el museo estatal y se rindió un homenaje a los pioneros agraristas. Un año después la muestra se exhibió en los pasillos de lo que había sido la primera escuela primaria del Michoacán de Ocampo, construida en 1938 –y entonces extensión de la secundaria local.

Con motivo del quincuagésimo aniversario del Asalto a las Tierras, se expusieron en el patio de la escuela algunos aperos de labranza y se construyó una réplica de una casa de cachanilla, como las que utilizaron los incipientes ejidatarios después de aquel 27 de enero.

“Esa primera exposición despertó interés”, recuerda la coordinadora Chávez Villalobos, quien entonces era sólo espectadora de lo que estaba pasando y maestra de grupo en la primaria local.

Sánchez Ogás recibió una invitación a una reunión del comisariado ejidal y ahí expuso a los ejidatarios un proyecto de museo comunitario. “Pero pasaron los años y no hubo recursos”, dice ella.

En 1986 se creó el Centro Regional INAH en Baja California y Sánchez Ogás pasó a formar parte del equipo de la nueva institución, como responsable del programa de Museos Comuntarios. Se continuó entonces con las exposiciones en el ejido.

Tres años después, el 27 de enero de 1989, se aprovechó una visita del gobernador Baylón Chacón al Michoacán de Ocampo para exponerle el proyecto. El mandatario estatal se comprometió a restaurar la antigua escuela, que la comunidad había accedido a destinar para la instalación del museo comunitario.

Cincuenta millones de pesos fue lo ofrecido por el gobernador, pero a fin de cuentas se gastaron treinta millones más; el Instituto de Cultura, entonces dirigido por Jorge Esma Bazán, aportó diez millones para museografía, que realizó personal del INAH. La propia comunidad apoyó con quinientos pesos para gasolina, además de que puso mano de obra gratuita y colaboró con objetos.

Sánchez Ogás invitó a la profesora Chávez Villalobos a que se hiciera cargo de la coordinación del museo. La Secretaría de Educación y Bienestar Social extendió la comisión correspondiente, y la maestra atendió su nueva responsabilidad de tiempo completo.

“Teníamos la idea de rescatar todo lo relacionado con el Asalto a las Tierras –dice ella–, pero tanto así como contar con un guión museográfico, no”. El primer guión cronológico estuvo listo a principios de octubre, de manos de Sánchez Ogás.

“Sentíamos una emoción tremenda y también desconcierto. Ya presentíamos que iba a ser algo grande”, dice Chávez Villalobos, quien ahora atiende el museo de medio tiempo, pues ha renunciado a su comisión para hacerse cargo de la dirección de la primaria local.

El 24 de octubre fue el día de la inauguración. Acudieron autoridades y los sobrevivientes de la gesta agraria, y, claro, la comunidad en pleno, que disfrutó hasta del mariachi.


Voluntarismo

Todavía ahora, considera Sánchez Ogás, ningún otro museo comunitario en el país cuenta con las características que distinguen al de El Asalto a las Tierras. La mayoría se ha colocado en lugares provisionales y se forman por exposiciones temporales, pero en el Michoacán de Ocampo desde un principio se montó una muestra permanente, aunque se han presentado exposiciones temporales de manera simultánea.

Una vez inaugurado el museo se buscó darle dinamismo, cuenta Chávez Villalobos. “Empezamos a invitar a todo aquel interesado a participar, dimos mantenimiento al edificio e invitamos a las escuelas a que nos visitaran”.

Pero ella estaba sola en esos esfuerzos. Entonces llamó a su sobrino político Jeremías Guillén Román –nieto de Jeremías Guillén Rentería, uno de los luchadores del 37–, quien aportó su trabajo voluntario. Finalmente, la profesora gestionó ante las autoridades municipales y consiguió para su auxiliar una plaza de conserje.

La investigación y la recopilación de objetos continuaron, así como la sensibilización de la comunidad.

Hoy que se encuentra como directora de la primaria local, la profesora Chávez Villalobos está haciendo una prueba, dice, para ver si el museo puede seguir adelante por medio del trabajo de personas voluntarias de la comunidad. Pero reconoce que no ha gestionado que se comisione a alguien para que la apoye.

“Al museo no se le debe dedicar nada más el tiempo libre”, expresa.

Eventualmente los ayudan jóvenes prestadores de servicio social y el propio Jeremías Guillén ha empezado a servir de guía para los alumnos visitantes, dado su interés en conocer la historia de la comunidad. “Pero si tuviéramos personal trabajaríamos en dos turnos, se les daría capacitación”.

–¿Cuál es el apoyo que debe proporcionar el INAH?

–Se supone que asesoría técnica, apoyo en gestiones. Pero no hay nada.

En los últimos meses se ha reanudado la relación con el Instituto de Cultura, para que aproveche el museo como el espacio cultural de la comunidad que es. De esta manera se han montado ya tres exposiciones en ese local.

Y es que “un museo comunitario es un espacio abierto para difundir el patrimonio artístico y cultural”, explica la entrevistada.


Falta de dinero

Los recursos económicos con que cuenta el museo proceden de la propia comunidad, a través de la Junta de Mejoras, cooperaciones y donaciones de material, dice Chávez Villalobos. Además, de actividades propias, como bailes y rifas.

Piden también un donativo a quienes los visitan, pero pocos depositan alguna moneda en el ánfora colocada para tal fin.

En tres ocasiones el museo ha recibido recursos del Pacmyc (Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes). Con ellos han reparado pisos, mamparas y vitrinas, y ofrecido talleres al público en general. Además, realizaron un trabajo de investigación en la comunidad, que no se ha impreso precisamente por falta de dinero.

Sánchez Ogás asegura que en sus primeros años el INAH apoyaba al museo no obstante que la delegada estatal de la institución, Julia Bendímez Patterson, no mostraba ningún interés por este programa.

“Julia nunca tuvo buena relación con la persona encargada de Museos Comunitarios (a nivel nacional), Miriam Arroyo”, dice. Por el contrario, el Instituto de Cultura sí dio apoyos al programa –incluso, en 1992 se creó el museo comunitario de Estación Coahuila, que aún depende del ICBC.

Pero a fines de 1992 ocurrió un rompimiento entre el Instituto de Cultura y el INAH. La razón: “Hubo un mal uso de recursos económicos que el gobierno del estado había dado al INAH a través del Instituto de Cultura. Bejarano estuvo muy molesto y suspendió los apoyos”, cuenta la entrevistada.

Por ese tiempo, Sánchez Ogás también renunció al INAH, debido a desacuerdos con la forma de trabajar de la delegada federal. “Yo siempre le decía a Julia que hacía obras de papel, porque declaraba en los periódicos y la televisión cosas que jamás se hacían. A mí eso me molestaba mucho, porque como nosotros trabajábamos en las comunidades la gente nos preguntaba y no sabíamos nada”.

Durante dos años (1991-1992) desde la Ciudad de México se autorizaron partidas presupuestales para el programa de Museos Comunitarios. “La verdad es que esas partidas no se aplicaron como debía haber sido”, revela la entrevistada.

“Recuerdo muy bien que en el 91 los recursos que se aplicaron a Museos Comunitarios principalmente fueron al valle de Guadalupe y una mínima parte a San Vicente, y quedó un fondo por ahí que nunca supimos qué pasó con él pero no se aplicó a Museos.

“En el 92 pasó lo mismo y dijeron que los recursos (ocho millones de pesos) se habían aplicado en la misión de Santa Gertrudis”.

Esas situaciones ocasionaron su inconformidad, dice Sánchez Ogás. “Vi cosas que no me gustaron, y empecé a ser muy vigilada por el equipo cercano a Julia, a tener problemas”. Por eso renunció al INAH.

Sietedías no pudo obtener una entrevista con Bendímez Patterson, ya que, según justificó su secretaria, la funcionaria tenía una agenda muy apretada. Pero dio instrucciones a Elinora Topete, actual coordinadora de los museos comunitarios, para que enviara al reportero un informe por escrito de los apoyos brindados al museo El Asalto a las Tierras.

En el documento se hace un recuento de las actividades realizadas por Sánchez Ogás y su equipo desde la creación del museo. Se menciona también el proyecto técnico elaborado por la institución para que se construyeran los sanitarios públicos con que cuenta el museo, en 1994.

En seguida se asienta: “Además se realiza gestoría para la obtención de recursos y apoyos con los tres niveles de gobierno o programas programas (sic) que ofrecen estas instituciones como PACMYC (programa de apoyo cultural a municipalidaes [sic] y comunidades) a través de Culturas Populares y de la Secretaría de Desarrollo Social a través del programa de Apoyo al Servicio Social en beneficio a los promotores de los museos comunitarios durante el 94, 95 96 y 97.

“Brindamos apoyo en la promoción y difusión del Museo Comunitario de ‘El Asalto a las Tierras’ con folletería y cápsulas radiofónicas”. Es todo.


Centro cultural

Con ocho años en funcionamiento, el Museo Comunitario El Asalto a las Tierras es el centro de la vida cultural del ejido, expresa Sánchez Ogás –quien a pesar de no trabajar ya para el INAH no se ha desconectado de los museos comunitarios que ayudó a crear, pues forjó relaciones de amistad con las personas encargadas de ellos.

El museo del Michoacán de Ocampo tiene una afluencia aproximada de diez mil personas al año, dice, principalmente niños y jóvenes que acuden a sus salas durante los cuatro primeros meses del año, sobre todo.

El museo cierra los lunes, que es el día de descanso del conserje Jeremías Guillén, y algunos días en agosto, pues debido al caluroso clima las visitas se reducen.

En opinión de Sánchez Ogás, debería incrementarse el personal del museo, principalmente en los meses de mayor afluencia de visitantes; además, para hacer más efectivo el trabajo con los alumnos, llevar a cabo alguna actividad de retroalimentación al final del recorrido por las salas, e incrementar la difusión de las actividades que ahí se realizan.

"Ha sido bastante esfuerzo en todos los aspectos", dice ahora Chávez Villalobos.

La mano siempre extendida

Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar

Fue a principios de 1989 cuando vi por primera vez a Sergio Haro Cordero... para variar, reporteando y tomando fotos. Había yo acudido al centro de la ciudad, al mitin de presentación del proyecto de creación del PRD. Y ahí, mientras escuchaba a un orador tras otro, observando el rostro imperturbable de Cuauhtémoc Cárdenas, llamó mi atención un fotógrafo de cabellos largos, que se acercaba cuidadosamente al ex candidato presidencial, cámara en mano y haciendo juegos malabares para no caerse de la tarima.
¡Qué extraña manera de tomar fotos!, pensé; tan fácil que sería colocarse bajo el personaje, o desde la lejanía captar una gráfica de conjunto. En fin.
Meses después, acompañando al reportero Carlos Lima —del diario Novedades de Baja California— para atestiguar un incidente en una casilla electoral ubicada por la colonia Pro-Hogar, nos encontramos con Haro y su compañero Miguel Cervantes, del semanario Zeta —ya los identificaba yo, como su lector semanario—. Cuando nos retirábamos del lugar, una señora preguntó a Sergio: “¿Usted es del Zeta?”. “Más o menos”, le contestó él. No recuerdo lo demás, pero sí conservo la imagen de un reportero modesto que no alardeaba de la posición que ya ocupaba en el medio periodístico local.
En los dos o tres años siguientes, vi pocas veces a Sergio Haro. Me parece que fue nuestra amiga Celina García —al igual que yo entonces, reportera de La Crónica— quien nos presentó; pero siempre me inhibía ante su rostro duro y mirada inquisidora, aunque crecía en mí el respeto hacia su trabajo.
Mis recelos, sin embargo, paulatinamente dieron paso a una relación de confianza. Acostumbrado a que otros periodistas —con años de carrera, estrellas en su medio informativo, de trato cotidiano con los más importantes políticos locales— guardaban para mí una actitud desdeñosa, o al menos indulgente ante mi novatez, me agradaba sentir en Haro a un compañero, a un maestro dispuesto a compartir sus conocimientos y experiencia, y sobre todo a un amigo de consejo presto y mano siempre extendida. Por su actitud franca descubrí que tras su aparente hosquedad brilla un corazón noble y abierto, un espíritu de risa fácil y carcajada carrillera, y arraigadas convicciones de compromiso social.
Llegamos a compartir esfuerzos, durante poco más de año y medio, en el semanario Siete Días, que afortunadamente quedó bajo su dirección. Fueron meses de observar de cerca su pasión por el periodismo, su meticulosidad y agudeza en la investigación, su honda preocupación por el devenir de la sociedad; pero, sobre todo, fue un tiempo en que el amigo permaneció ahí, comprensivo ante los errores y las flaquezas, pero también exigente del despliegue óptimo de las capacidades. Y con la mano siempre extendida.
Hoy lo veo otra vez desde fuera. Platicamos poco, cada vez que nos lo permiten nuestras propias actividades, pero seguimos siendo compañeros de ideales. Me ha preocupado enterarme de las amenazas de que está siendo objeto. Y es que en Baja California ya no necesitamos otro mártir del periodismo; requerimos, sí, que Sergio Haro continúe su esfuerzo cotidiano, y que su ejemplo se multiplique en las nuevas generaciones de periodistas, comprometidos con la verdad.
Sus amigos y compañeros —ahora con nuestra mano extendida— queremos que siga aquí.


El tercer robo del paralelo 28


Publicado en el diario Peninsular, de La Paz, B.C.S., en 1996.



Al Viejo, Antonio Gutiérrez Luque, por el amor al terruño que supo infundir a la familia


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


El águila de concreto y acero que se levanta majestuosa sobre la carretera transpeninsular, en el paralelo 28, se ha convertido en uno de los símbolos de la región, al igual que las salinas y las ballenas de la laguna de Ojo de Liebre. Desde algunos kilómetros de distancia, hacia el norte o hacia el sur, mientras se viaja por el asfalto, puede verse la estatua de más de treinta metros de altura erguirse altiva, preparándose para tomar vuelo y surcar el firmamento, tal como lo hacen sus hermanas de verdad que anidan en las cercanías.

Con el paso del tiempo el águila ha llegado a ser uno de los orgullos de la ciudad cercana de Guerrero Negro, B.C.S. Su efigie se ha reproducido en camisetas, gorras, llaveros, postales, portadas de revistas, lapiceros. Ha sido lugar de visita ineludible para el viajero, sitio de reunión para los jóvenes, refugio para los amantes furtivos; testigo de mítines políticos, asambleas ejidales, eventos deportivos. Referencia obligada, pues. Parte del patrimonio no solo guerreronegrense, sino también bajacaliforniano, peninsular, por encontrarse exactamente en la división territorial entre las dos entidades federativas de este jirón de México.

Ahora el águila nos ha sido arrebatada. Ya no es posible acercarse a ella. Se le está recluyendo tras una barda, custodiada fuertemente. Se le ha dado su manita de gato, sí, pero para que se le admire desde lejos. Porque tampoco se puede hacer un alto en el camino para apreciar tranquilamente su arquitectura, sino solo para sufrir la humillante revisión de quien es considerado un extranjero, un fugitivo, en su propia tierra.

El águila del paralelo 28 tampoco puede ser ya parte de la escenografía de las fotos del recuerdo. Uno de los últimos grupos en retratarse con la gran escultura como fondo fue uno estudiantil, de la escuela secundaria Mtro. Moisés Sáenz Garza, de Mexicali. Estos alumnos viajaron el pasado mes de marzo a Guerrero Negro, para visitar las salinas y la laguna Ojo de Liebre con su espectáculo de ballenas. Desde el primer momento manifestaron su deseo de tomarse fotos con el águila.

Boquiabiertos y emocionados todavía por la belleza de los cetáceos, los muchachos posaron como lo querían: con el monumento a sus espaldas, hacia el poniente. Alrededor, obreros de la construcción cargando, acarreando, remozando. Y los vigilantes, curiosos. Este reportero se acercó para observar de cerca la nueva fisonomía de la plaza cívica, pero le fue impedido el paso. “No se permite ni siquiera tomar fotos, pero ustedes ya se las tomaron”, le explicó un militar, en forma educada pero enérgica. El águila, pues, ya no era parte del patrimonio afectivo.


Alas califórnicas

En su libro Paralelo 28. Testimonio vivo de un camino (México, Secretaría de Obras Públicas, 1976), Enrique Cárdenas de la Peña escribió:

El Monumento, símbolo de la Carretera Transpeninsular, puede sorprenderse desde una distancia de 5 kilómetros: es un águila estilizada, la del escudo nacional, cuyas alas representan las dos Californias peninsulares, unidas por el cuerpo de la estructura patria; ocupa una gran extensión y, ante su masa de concreto y acero, presenta una explanada cívica, con graderío y espacio suficientes para el desarrollo de fiestas o ceremonias conmemorativas. Todavía no se encuentra en este complejo el museo, pero llegará, con una sección histórica y otra antropológica. El resto funciona: la gasolinera, la cafetería o restaurante, el hotel y un campo para casas rodantes. La gasolinera y el campo para casas rodantes los manejan los ejidatarios; el restaurante y el hotel, Nacional Hotelera (págs. 121-122).

En dicha obra se informa también que el monumento es la realización del proyecto ganador de un concurso convocado en enero de 1973 por la Secretaría de Obras Públicas, cuyo titular era el ingeniero Luis E. Bracamontes. Obtuvo el primer lugar, de entre 55 trabajos concursantes, el presentado por los arquitectos Edmundo Rodríguez Saldívar y Ángel Negrete González, a la cabeza de un grupo de profesionales. Personajes de la arquitectura, la ingeniería y las artes plásticas conformaron el jurado calificador; los ganadores recibieron —según lo establecía la convocatoria— un premio de cien mil pesos, además del contrato para el proyecto detallado y la dirección arquitectónica de la obra.

El monumento abarca una superficie cubierta construida de 4,800 metros cuadrados, que corresponde a la zona comercial, y otra exterior construida de 9,050 metros cuadrados; su altura es de 36 metros. Tuvo un costo global de poco más de 31 millones de aquellos pesos.

En ese lugar se efectuó la ceremonia en la que el presidente Luis Echeverría entregó la carretera transpeninsular al pueblo bajacaliforniano, el 1 de diciembre de 1973. Entre otras personalidades, estuvieron presentes el gobernador del estado de Baja California, Milton Castellanos Everardo, y el del Territorio de Baja California Sur, Félix Agramont Cota.

El museo mencionado en el libro de Cárdenas de la Peña sí se estableció, con importantes objetos del pasado peninsular. La gente de la región recuerda que los promotores recorrieron los poblados solicitando artículos antiguos, en calidad de donativo. Objetos indígenas, misionales, estuvieron durante un tiempo a la vista del público. Pero todo desapareció de la noche a la mañana. Fue el primer robo del paralelo 28.

La gasolinera y la cafetería también fueron de corta vida. Los locales pronto quedaron abandonados. Posteriormente se utilizaron para diversos fines. En la actualidad funciona ahí un puesto de revisión fitosanitaria de la Secretaría de Fomento Agropecuario del Gobierno del Estado de Baja California.

La plaza cívica fue escenario de mítines políticos, de entregas de la carrera ciclista transpeninsular —que se efectuaba anualmente hace dos décadas— por parte de las autoridades de un estado a las del otro; de veneración de los símbolos patrios en su recorrido por todo el país durante el sexenio de Miguel de la Madrid; de reuniones de todo tipo. Con los años las dunas nómadas semienterraron muchas de las gradas, crecieron arbustos aquí y allá, el vandalismo acabó con varias de las astabanderas...

En los salones subterráneos se estableció, simultáneamente al museo, la Escuela Normal del Desierto. Funcionó sólo dos años, atendiendo a una población estudiantil procedente de ambos estados peninsulares. Pero decisiones políticas ocasionaron su traslado a la población de Loreto, a pesar de la oposición de los guerreronegrenses y de los propios alumnos, que se levantaron en huelga; y no obstante la palabra empeñada de las autoridades del ramo, quienes en la Ciudad de México aseguraron —a una comisión que viajó ex profeso— que la escuela permanecería en el paralelo 28. Fue el segundo robo.

En el lugar funcionan todavía el campo para casas rodantes y el hotel, éste ahora con la denominación de La Pinta-El Presidente, después de que fue vendida a la iniciativa privada la cadena a la que pertenecía, durante la desincorporación de empresas del sector publico.

En diciembre pasado empezó a escucharse el rumor de lo que es ya el destino del monumento. En la supuesta lucha que libra contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, el gobierno federal decidió establecer ahí un cuartel del Ejercito. Por esos días, los ejidatarios de El Costeño acordaron en asamblea ceder a la Secretaría de la Defensa Nacional el terreno correspondiente. Ahora, por doquier se ven uniformados y vehículos de color verde olivo, recorriendo las calles de Guerrero Negro, vigilando, integrándose a la vida comunitaria. Se escuchan ya quejas por actitudes prepotentes, dichas en un susurro, con temor.

Y el águila, custodiada, acuartelada, lejos ya de los bajacalifornianos. A punto de alzar el vuelo, ahí permanece. Es el tercer robo del paralelo 28.

¿Qué seguirá?

El PRD, por un “rescate democrático de la cultura”




Publicado en La Crónica en 1995.









Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar



Según el Partido de la Revolución Democrática (PRD), un gobierno emanado de su seno impulsaría “una nueva y vigorosa política cultural en el estado, abriendo y fortaleciendo los espacios de participación, apoyando y difundiendo las manifestaciones artísticas y culturales”.

La plataforma que dicho instituto político registró ante las autoridades electorales del estado, de manera general plantea, en un “Gobierno democrático”, “la defensa, preservación y enriquecimiento de los valores culturales propios, y de su relación con la cultura mundial”.

A diferencia del programa cultural del PAN —con propuestas concretas, lo que no debe extrañar, por ser éste el partido en el poder y depositario del Instituto de Cultura de Baja California, el cual fue creado apenas siete meses antes del ascenso de Ernesto Ruffo a la gubernatura— y en similitud con el del priísta Francisco Pérez Tejada, el que presenta al electorado el PRD aborda el tema de manera muy general.

Tal falta de concreciones en el programa perredista puede disculparse si se considera que el partido del sol azteca no ha sido gobierno en Baja California; su mayor cercanía con la gestión cultural la han tenido en la XIV Legislatura del Congreso del Estado, donde la diputada Silvia Beltrán Goldsmith preside la Comisión de Educación.

En las copias de la plataforma perredista que entregó al reportero el señor Roberto Ching Sedano, secretario de propaganda de su partido, aparece el apartado 4.2.26, que se titula “Rescate democrático de la Cultura”.

En él se establece: “Ante la crisis económica, política y social que vivimos los mexicanos, ante el acoso de esfuerzos por crear ‘una cultura de la frontera’, resulta indispensable la defensa, preservación y enriquecimiento de los valores culturales propios, y de su relación con la cultura mundial”.

Siguen tres propósitos:

1) “Nuestro Proyecto de Nación requiere sustancialmente una (sic) proyecto y una practica cultural, que incluya de manera importante, el mantener y desarrollar los lazos culturales con nuestros hermanos del otro lado de la frontera”.

2) “No abandonar nuestras raíces implica el reivindicar el valor cultural de tradiciones legadas por nuestra cultura indígena”. Y:

3) “Un Gobierno democrático deberá fomentar y alentar el conocimiento físico del legado cultural e incluso promover que sea considerado (sic) patrimonio cultural de la humanidad, la actividad cultural con sentido democrático y patriótico y con pleno respeto por las tradiciones y con animosidad, interés y recursos para el desarrollo cultural con vistas al futuro”.

En otra de las copias se anota, además del propósito citado al inicio de este artículo, el de “promover la creación de medios de comunicación que difundan libremente la información, promuevan la cultura, el arte, el conocimiento y el debete (sic) responsable de los problemas nacionales y locales”.

Éste es, pues, el programa cultural del Partido de la Revolución Democrática —y no la propuesta personal de su candidato a la gubernatura, como es el caso de Pérez Tejada—. Muy general, como puede apreciarse.

Ante las reducidas posibilidades de que el perredista Rodolfo Armenta Scott acceda a la gubernatura del estado, es previsible que este programa quedará sólo en el papel.

Sin embargo, serií de gran beneficio para la comunidad bajacaliforniana que los cuadros del PRD se involucraran más en el ámbito cultural, a nivel de diputaciones y regidurías, por lo menos, para darle vida a su propuesta de democratizar la cultura en el estado (“abriendo y fortaleciendo los espacios de participación, apoyando y difundiendo las manifestaciones artísticas y culturales”) y rescatarla del elitismo y la burocratización en que se le ha sumido.




El Chicali, vivito y coleando


A la memoria de Don Henry

Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar

Los admiradores del Chicali ya estaban preocupados. “¿Ya se murió?”, preguntaron a este reportero, después de varios meses de que no encontraban por ningún lado un nuevo ejemplar de la revista Chicali News. No les quedaba otra más que releer los anteriores o consolarse con las "Macuachadas" del semanario Zeta.

Y es que los monos y las sátiras del caricaturista Manuel Alberto León desde hace varios años han salido de las fronteras de su tierra natal, Mexicali. Han cruzado la línea internacional, hasta Los Ángeles; un tiempo también su revista circuló a nivel nacional. Y a través del mencionado semanario tijuanense su trabajo sigue estando presente en aquellos confines.

Por eso no resultaba extraño que más allá del paralelo 28, en la vecina Baja California Sur, sus fans se preocuparan por su estado de salud y especularan acerca de su posible muerte. Sinceros rostros de inquietud había, de quienes se sentían desamparados ante la falta de uno de sus caricaturistas favoritos.

Ahora, la chicalimanía se mantiene como en mejores tiempos en la ciudad de Guerrero Negro, B.C.S., ya que este reportero hace llegar hasta allá ejemplares del suplemento dominical con que Manuel Alberto León nos obsequia desde hace más de un año: el "Cronomonix".



Dibujas reflexionando

“¿Cómo es el León?”, preguntó cierta vez el autor de estas líneas a su colega y amigo Víctor Martínez Ceniceros, después de un evento en la entonces Escuela de Ciencias de la Educación donde participó el caricaturista más popular de Baja California.

"Igualito a como se dibuja", fue la respuesta. De modo que cuando Uno acudió meses más tarde a entrevistar al León, se llevó una grata sorpresa: frente a él no se encontraba ningún mexicalense mal vestido, desaseado, con aires de irresponsable y su infaltable caguama en la mano. Nada de eso.

Manuel Alberto León resultó ser un joven –joven, sí– agradable, que se conducía con amabilidad y cierta timidez, aunque la sonrisa no faltaba en su rostro. Modesto, sin los aires que podría darle la fama que sus aptitudes para el dibujo le habían retribuido ya. Y muy bien vestido.

Su modestia llegó a tal grado que no aceptó que se le tomara ninguna fotografía. “Es que no quiero que los políticos me identifiquen y luego quieran utilizar mi revista para fines partidistas”, se justificó bromeando. En lugar de ello, proporcionó al reportero algunos dibujos, envueltos en un cartón ilustrado con su típica imagen, el cual conserva como algo apreciado el autor de esta columna.

¿Cuál ha sido el secreto del éxito de León, que incluso lo llevó a abandonar su carrera de arquitecto para dedicarse a la monería? ¿Gracias a qué pudo darse el lujo de sostener durante un buen tiempo su revista con los recursos que obtenía solamente de su venta al público, sin necesidad de ofrecer espacios publicitarios –lo que es vital para cualquier publicación en México?

El Chicali –como también se le conoce– es auténtico. Los lectores buscan sus caricaturas porque se identifican con ellas, se ven retratados en sus trazos. La idiosincrasia del habitante de Mexicali, particularmente, está plasmada en sus cartones de una manera notable. El habla popular, el "chicalense" –diría el sociólogo Eugenio Guerrero Güemes– también ha quedado ahí registrada durante esta década y media, como valioso material para la sociología.

Simpáticos personajes como el Chicali, el Patuli, el compa Cute, doña Wisteria, entre otros, han acompañado a buena parte de los mexicalenses durante alrededor de quince anos, haciéndolos reír y –esto es muy importante– tomar conciencia de la problemática social.

Porque el León no solo busca divertir a sus lectores con su trabajo, sino que –como todo caricaturista que se precie de serlo– intenta hacerlos reflexionar. Político él mismo, irreverente a morir, Manuel Alberto no puede guardarse sus críticas a un sistema corrupto y cínico; tiene que pregonarlas a los cuatro vientos, repetirlas, restregárselas en la cara a todos aquellos que abusan de la sociedad de una y mil maneras.

Y lo hace de la mejor forma que puede. Dibujar reflexionando o reflexionar dibujando, es la estrategia que sigue León y por igual la aplica a tricolores y blanquiazules. Nadie se escapa de su sátira, independientemente del rango o status que posea.

Ésta es la principal valía de su trabajo: un compromiso a fondo con la comunidad, un acompañamiento hombro con hombro de la sociedad en el caminar a la búsqueda de un mundo mejor: más justo, más humano, democrático. Manuel Alberto se pone del lado del oprimido, de las victimas, de un gobierno de colores mezclados; es voz de los que no la tienen. Y actúa así, sin mayor compromiso que el de denunciar cualquier desviación en la ruta hacia el mañana que todos queremos.

Burlándose de sí mismo, ofreciéndose para el regocijo de sus lectores, León inicia el banquete de burladores de la voluntad popular. Como no queriendo la cosa, asesta fuertes golpes a la presunta legitimidad de los líderes que no responden más que a sus intereses particulares. Y con la otra mano alienta a las personas e instituciones que tienen en el beneficio del ciudadano su principal objerivo.

Los lectores de La Crónica debemos felicitarnos por el "Cronomonix", por las caricaturas de León que en ocasiones aparecen en las paginas del diario; y atender esa invitación suya a tomar en nuestras manos el rumbo de la sociedad.

No, el Chicali no ha muerto. Para nuestra fortuna, los que admiramos y valoramos su trabajo, sigue vivito y coleando.

Embate contra la educación pública

Publicado en mayo de 2005.



Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


Esta nueva etapa de la campaña la iniciaron con una suposición: probablemente los profesores (de las escuelas públicas de nivel básico, se entiende) querrían hacer un superpuente, a pesar de los graves perjuicios que ello ocasionaría en la educación de niños y jóvenes. Y pusieron en marcha la cruzada de desprestigio.

El miércoles 4 de mayo anunciaron: “Amenaza superpuente de seis días” (“La Crónica”, 4 de mayo). Y en dicha nota, firmada por la redacción del diario --por lo cual se puede considerar como una especie de editorial de la empresa--, violaron la regla elemental que exige objetividad en la noticia: “…existe la posibilidad de que el ‘puente’ se extienda hasta el próximo martes, cuando se estará festejando el Día de la Madre (sic), por lo que se prevé que el lunes y martes (sic) en algunos casos no haya clases, lo cual no está autorizado”.

En la nota informativa nunca atribuyeron a fuente alguna dicha opinión, ni aclararon por parte de quién o de quiénes se preveía la inautorizada suspensión de clases.

Al día siguiente publicaron en sus titulares: “Piden parar el ‘superpuente’”; se referían, claro, al sector empresarial. Fundamentaron su nota con opiniones del presidente local de la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), Javier Gallegos; del presidente de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, Alfredo Babún Villarreal, y del coordinador de la Asociación para la Defensa de los Derechos de las Sociedades de Padres de Familia, Asunción Collado (“La Crónica”, 5 de mayo).

Incluso, cometieron aquí una falla de desinformación, pues al advertir Collado que denunciaría a la Secretaría de Educación ante la Contraloría estatal, “por el ‘puente’ que le autorizó realizar al magisterio”, las reporteras omitieron aclarar que tal suspensión había sido acordada desde la Ciudad de México por la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) (como puede verse en: http://www.sep.gob.mx/wb2/sep/sep_Cal20042005). No lo habían decidido, pues, los maestros de aula, ni siquiera el secretario José Gabriel Posada Gallego.

Acudieron en seguida con los papás, pero no encontraron el eco que esperaban. Publicaron los resultados de una “encuesta”, para la cual supuestamente realizaron 153 entrevistas a padres de familia con hijos en educación básica. Bajo el título de “Perjudica a padres de familia”, mostraron que sólo el 41 por ciento de sus entrevistados consideraban que sí los afectaba en sus labores diarias el que sus hijos no tuvieran clases en días festivos legales. Pero al preguntarles si consideraban que los puentes “realizados por los maestros” afectaban el aprendizaje de su hijo, el 84 por ciento respondió de manera afirmativa (“La Crónica”, 5 de mayo).

El diario, sin embargo, no informó sobre la metodología utilizada para llevar a cabo tal sondeo. Sólo anotaron en el recuadro respectivo que dicha “muestra representa el 92% de confianza y 7% de margen de error”.

Buscaron de inmediato las opiniones de quienes lanzarían también sus dardos envenenados contra los docentes (de escuelas públicas y de nivel básico, se entiende). Acudieron al coordinador de la Comisión de Educación de la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), Alfredo Postlethwaite Duhagón, quien, además de criticar un día sí y otro también el sistema de educación pública, hasta donde se sabe, poco o nada ha hecho como empresario para apoyar a las escuelas y a los maestros.

Y en la nota informativa donde aparecieron las declaraciones del también exdirigente patronal, la reportera expresó, violando las más elementales reglas del periodismo: “por costumbre PODRíA no haber clases el próximo lunes y martes con motivo del Día de las Madres” (“La Crónica”, 6 de mayo; el destacado es mío).

Tras el sondeo, salieron los reporteros a la calle. Y en lugar de hallar enardecidos padres de familia que quisieran quemar a los profesores en leña verde, encontraron que el “‘puente’ escolar les (era) indiferente” (“La Crónica”, 6 de mayo).

Para el lunes 9, la campaña había llegado ya a otros medios escritos. “El Mexicano” tituló: “Rotundo rechazo al megapuente escolar”. El opinante era el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (¡faltaba más!), Reginaldo Esquer Félix-- de quien desconocemos qué ha hecho en lo particular o como dirigente gremial --además de opinar-- para apoyar a las escuelas públicas de la ciudad. (En dicha nota informativa, la reportera se refirió al llamado megapuente “que pretende el magisterio en Baja California”. No obstante, hasta entonces la prensa escrita no había publicado anuncio alguno por parte de los maestros o sus dirigentes, de que tuvieran en sus planes suspender clases los días lunes y martes).

Y al no ver cumplidas sus predicciones, el 10 de mayo titularon: “Fracasó el ‘super (sic) puente’” (“La Crónica”). A lo largo de la nota, la reportera aludió en todo momento a escuelas públicas, sin hacer referencia alguna a los planteles privados (a quienes nunca se les mencionó a lo largo de la campaña de desprestigio, como si éstos no hubieran cumplido con el puente oficial del 5 y el 6). Y al final editorializó, al considerar que las escuelas que habían realizado “actividades normales (…) representan un buen ejemplo para los planteles que cambian la actividad académica por las continuas celebraciones sociales”.

Pero el embate siguió. En “La Voz de la Frontera”, ese mismo martes 10, en la nota “Esperan aumente ausentismo en escuelas por Día de las Madres”, la reportera inició así: “Aún (sic) cuando el director de Educación Básica en el Estado (sic), Joaquín Vergara Verdugo, aseguró que en su mayoría en los planteles educativos de Mexicali ayer se impartieron normalmente las clases, padres de familia opinan todo lo contrario” (las cursivas son mías). Sin embargo, en ninguna parte de la nota presentó opiniones de padre alguno, sólo declaraciones del funcionario estatal.

El miércoles 11 los medios evitaron lamentar que la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) y el Colegio de Bachilleres también habían suspendido clases la jornada anterior, para festejar a las mamás. En esos casos no se hicieron celebraciones en las escuelas --como sí había ocurrido en muchos planteles del nivel básico--, y a pesar de ello, al menos ante los ojos inquisidores de la prensa escrita y electrónica, el proceso educativo en los niveles medio superior y superior no resultó dañado.

El viernes 13, titularon la nota así: “Permitirán faltar hoy a los ‘profes’” (“La Crónica”; las cursivas son mías). Sin embargo, cuando informaron el sábado sobre la suspensión de labores realizada por la UABC para festejar a los maestros, cabecearon: “Festejan alegres Día del Maestro”. Los reporteros firmantes de la noticia sí mencionaron en el segundo párrafo: “Sin clases y con un desayuno…”, pero nada más. En ningún momento entrevistaron a empresarios que opinaran sobre cómo afectaría los de por sí breves semestres universitarios el que se suspendieran labores por el adelanto del festejo a los docentes.

Para “El Mexicano”, la información sobre este evento universitario sólo mereció la nota aséptica: “Ofrecieron festejo a maestros de la UABC” (14 de mayo). Así, objetiva, como debió haber sido toda la información de esas fechas. En otro sitio, dicho diario informó: “Festejan a maestros de los siete planteles del Cecyte (sic)”. En la nota se dio a conocer cómo los 421 docentes de ese subsistema en la entidad habían celebrado su día, obviamente sin haber impartido clases. Ni una crítica del rotativo. Calló por completo.

Ojalá la enjundia desplegada por medios y reporteros para atacar con suposiciones a los maestros de educación pública básica (el respeto es sólo para los planteles privados), también la utilizaran para cuestionar cómo el titular de la Secretaría de Educación y Bienestar Social, José Gabriel Posada Gallego, descuida sus funciones para tejer alianzas en pos de la candidatura panista para la alcaldía de Mexicali.

Ojalá los recursos empleados en mirar moros con tranchetes en los maestros de educación pública básica, los medios de comunicación los emplearan en denunciar el grave atraso en infraestructura educativa, en capacitación docente, en salarios y prestaciones para los educadores.

La sociedad requiere que la prensa escrita y electrónica denuncie los errores y deficiencias en el sistema educativo. Pero con seriedad, sin manipulación. Profesores y profesoras necesitamos que la sociedad entera --incluidos, claro está, los medios de comunicación— nos apoyen en la ardua labor educativa, que es de todos. Las campañas de desprestigio gratuitas y dolosas no le hacen bien alguno a nadie, antes bien perjudican nuestra naciente democracia.




(Mayo de 2005)

La Paz, para la posteridad

Publicado en mayo de 1995.


Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


El pasado miércoles 3 de mayo se cumplieron 460 años de la llegada de Hernán Cortes adonde hoy se encuentra la capital de Baja California Sur. Cuando el conquistador arribó a la península, en 1535, denominó Santa Cruz al lugar de desembarco, por celebrarse en esa fecha tal festividad religiosa.

Pero en 1596, el explorador Sebastián Vizcaíno rebautizó como La Paz a Santa Cruz, porque los indígenas con que se encontró ahí (pericúes) eran pacíficos. A la bahía el español le puso el mismo nombre.

En 1830, el poblado –con alrededor de cuatrocientos habitantes– se convirtió en cabecera de la jefatura política del Partido Sur del Territorio de la Baja California, cuando el gobernador José Mariano Monterde decidió mudarse desde Loreto, que un año antes había sido destruido por un temporal.

En 1931, la Paz fue ya capital del territorio de Baja California Sur y desde 1974 es la cabecera del estado del mismo nombre.

El escritor José Maria Barrios de los Ríos (1864-1903) cuenta en la crónica de su viaje a Baja California, titulada El país de las perlas, que para 1892 –cuando él llegó a la península como juez de Primera Instancia del Partido Sur– "La Paz resulta para su población de tres mil almas una ciudad inmensa, pues ocupa su caserío cerca de cuatro kilómetros cuadrados".

En la obra se describe al poblado como cualquier otra pequeña comunidad rural: casas con corrales adyacentes, donde se guardaban caballos, cerdos, vacas, y huertas de plátanos, mangos, acacias y palmeras.

El país de las perlas se publicó junto con Cuentos californios, del mismo autor, por primera vez en 1908, es decir, de manera póstuma. En dicha crónica, de cincuenta paginas, Barrios de los Ríos expresa sus impresiones de la ciudad de La Paz de fin del siglo XIX; retrata el modus vivendi de la sociedad paceña en la época.

Según el escritor mexicalense Gabriel Trujillo Muñoz, la obra no se volvió a editar hasta 1989, cuando el Instituto de Cultura de Baja California la publicó de nueva cuenta, en forma facsimilar. Gracias a ello, a la vuelta de nueve decenios de su aparición primera podemos disfrutar de su lectura.

Acompañar, por ejemplo, a Barrios de los Ríos en su recorrido por la ciudad: "Echamos a andar a la ventura por las calles sin nombre, aunque numeradas en serie ordinal, primera, segunda, etc. Las puertas están cerradas, las ventanas tienen corridas las persianas o celosías; no se ve nada para adentro. Atisbo por los cercos de estípites: solo se percibe la vida de la población por el humo que sale de las cocinas, por uno que otro cerdo que gruñe y por gallináceas que pican desperdicios en las corralizas. He oído tres o cuatro veces cantar los gallos y ladrar los perros; a mis oídos llega un sonoro mugido, y a poco distingo el relinchar de caballerías...".

Las mujeres peninsulares, se lee en el libro, parían diez o más hijos; "y no es raro que en una misma casa habiten rebozando (sic) salud y felicidad los biznietos, los padres, los abuelos y los bisabuelos".

"La longevidad de los ancianos es comunísima", dice también el autor: "de ciento cuatro a ciento diez y siete años conocí en la península más de veinte ejemplares".

A quienes conocemos la actual ciudad de La Paz quizá nos sorprenda saber que entonces (1892) cada casa contaba con un molino de viento, para extraer agua del subsuelo, y que era de rigurosa necesidad para las familias el contar con canoas.

Y tantos aspectos interesantes más de la vida paceña de finales del XIX, que las páginas de El país de las perlas han mantenido para la posteridad.

Gracias, Alma Delia


Publicado en Siete Días el sábado 23 de abril de 2005



Al reportero Alfredo Jiménez Mota,
del diario
El Imparcial,
en protesta por su desaparición





Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar


La actividad periodística ha sido noticia en los días recientes. A lo largo del país se han empezado a suceder diversos ataques a la seguridad de trabajadores de medios de comunicación, quienes tienen (o tenían) como común denominador el haber enfocado sus esfuerzos reporteriles a denunciar los delitos del crimen organizado. Como represalia de parte de los afectados, han debido pagar su osadía, en algunos casos con su propia vida.

Pero no todas las noticias son malas. También tenemos un motivo de celebración, aunque, fuera de un círculo específico, el hecho ha pasado inadvertido: el resto de la prensa escrita y electrónica no ha reparado en él (al menos en Mexicali).

Con su edición número 430, del miércoles 13 de abril, el semanario cultural tijuanense Bitácora llegó a su noveno año de vida. Tal vez si el aniversario fuera el décimo, el acontecimiento hubiera adquirido mayor trascendencia (por el simbolismo del número). Pero quienes hemos pertenecido a las filas del periodismo independiente, o hemos estado cerca de ellas, conocemos el significado de esta efeméride, pues sabemos de la gran dificultad que entraña el sostener una publicación periódica, y más si ésta se dedica a la temática cultural.

En el mar del periodismo bajacaliforniano, los espacios (escritos, electrónicos, virtuales) culturales representan sólo algunas olas, muchas de ellas efímeras, otras un tanto tímidas. Periodistas van y vienen en este ámbito; algunos lo usan sólo como escalón y otros ven en él un medio para buscar su desarrollo personal en forma temporal.

En el caso de Mexicali, donde ante los ojos de buena parte de la población la actividad cultural es cosa muerta y los artistas una especie casi en extinción, el periodismo cultural sufre frecuentes altibajos. En estos días, afortunadamente, se mantienen algunos espacios y perviven los colaboradores empeñados en ocuparlos; pero el que casi está desaparecido es el reportero cultural, aquel que busca la noticia diaria, que hace las entrevistas del momento, que realiza la crónica del evento reciente.

Y en sus etapas sobresalientes, el periodismo cultural de Mexicali da cuenta sólo de lo ocurrido en esta capital, ignorando por la causa que fuere el mundo exterior. Se da el caso –también en la información general que difunden muchos medios–, entonces, que no tenemos acceso a las noticias generadas en la zona costa. El dinamismo que ha adquirido en los últimos años la ciudad de Tijuana, por mencionar el ejemplo más importante, pasa desapercibido para los cachanillas.

Es éste un gran vacío, entre otros, que en cierta medida se ha venido a llenar a través de las páginas del semanario Bitácora. Gracias al trabajo de su directora general, Alma Delia Martínez Cobián, y de quienes la acompañan en su labor de difusión y promoción, los lectores mexicalenses hemos podido tener un acercamiento a lo más importante de la actividad cultural en la zona de Tijuana-San Diego. Entrevistas con creadores y promotores, reseñas de eventos, artículos de opinión, cartas polémicas, etcétera, han llegado hasta acá gracias a este semanario que se distribuye a nivel estatal, en forma totalmente gratuita.

Y no sólo la actividad tijuanense. Bitácora ha mantenido una política de puertas abiertas, abriendo generosamente sus páginas a colaboradores cachanillas y de otras partes. Así, “lo poquito” que se hace y se opina en Mexicali tiene también resonancia estatal (pues recordemos que nuestros periódicos son meramente locales). De esa manera, el semanario se ha convertido en un verdadero puente de comunicación entre los interesados e interesadas en el quehacer cultural en toda la entidad.

Una cualidad más de esta publicación es que cuenta con una versión electrónica (disponible en http://www.bitacora-tj.com), la cual nos permite contar rápidamente con la información, pues deja atrás la búsqueda, muchas veces infructuosa, del ejemplar reciente en los diferentes sitios de distribución. Ahora uno puede navegar cada semana por los contenidos totales del semanario, e incluso visitar las ediciones anteriores (a partir del número 269, del 10 de enero de 2002).

Tenemos, pues, en forma accesible un archivo confiable del acontecer artístico y cultural en Baja California. Una herramienta bastante útil para quienes de manera frecuente debemos acudir a fuentes de consulta para fundamentar nuestro trabajo de investigación.

Pero eso no es todo. En el sitio se encuentra también una nueva sección, la llamada “Bitácora del Ocio”, donde se informa sobre las actividades de la semana en los cinco municipios de la entidad, desde eventos artísticos hasta deportivos, pasando por directorios de medios de comunicación, centros nocturnos, centros recreativos familiares, la cartelera cinematográfica, y un amplio etcétera. Conscientes de la diversidad, los editores de esta sección incluyen también un espacio dedicado a la comunidad GLBT (gay, lésbico, bisexual, transgénero). En fin, la “Bitácora del ocio” (http://www.bitacoradelocio.com/) por sí misma es un proyecto que vale la pena aprovechar y apoyar; está dirigido de manera general por la misma Alma Delia, pero como directora asociada funge la fotógrafa y comunicadora Mercedes Romero.

El semanario Bitácora alberga también en su seno un suplemento de fotografía, de periodicidad trimestral, titulado “Angular”. Por otra parte, Alma Delia ha creado el centro cultural independiente “La Escala” (en Otay Universidad), donde se ofrece un rico programa cultural a lo largo del año. Asimismo, ha patrocinado y copatrocinado diversas actividades artísticas tanto en Tijuana como en otras ciudades del estado.

A muy grandes rasgos, ésta es la tarea con que han cumplido Alma Delia y su equipo. Resumirlo en pocos párrafos es relativamente fácil. Pero terquear semana tras semana, a lo largo de nueve años, contra tantos y tantos obstáculos, es lo admirable, y de esto sólo ellos pueden dar razón.

En su libro La canción del progreso. Vida y milagros del periodismo bajacaliforniano, Gabriel Trujillo Muñoz (uno de los colaboradores permanentes del semanario) recuerda que Bitácora nació –editada por Alma Delia– en marzo de 1993, como sección cultural del ya desaparecido vespertino La Tarde. En abril de 1996 se publicó ya como semanario; entonces era dirigido por Miguel Ángel Torres Ponce, auxiliado todavía por la misma editora. Un año más tarde, Alma Delia se quedó completamente a cargo del proyecto.

Vinieron años difíciles, en los cuales Bitácora transitó por duras pruebas de carácter económico. Pero sus lectores y colaboradores mantuvieron su confianza en la publicación, que desde entonces ha servido como un “registro imprescindible de la actividad cultural de la región”, tal como la califica con motivo de su noveno aniversario el director general de la Orquesta de Baja California, Roberto Limón.

Bitácora tiene ante sí importantes retos. Por lo pronto, buscará aumentar su tiraje y número de páginas, con más secciones y mayor caudal de información, así como procurará incrementar también el número de distribuidores, para “llegar a más manos, tocar más sensibilidades”, como anota la propia Alma Delia en su editorial del pasado miércoles 13.

En esa edición número 430, la directora general del semanario comparte con quienes seguimos cada siete días su trabajo, las felicitaciones que recibió de importantes personalidades de la comunidad artística y cultural bajacaliforniana. Y termina agradeciendo “a todos ustedes, lectores y anunciantes”. “Seguiremos trabajando para brindarles un mejor servicio –dice–. Nosotros, con el apoyo y el impulso de todos ustedes continuamos en este empeño de lograr un desarrollo más sano e integral del arte y la cultura en nuestro estado. Felicitémonos pues. Celebremos juntos”.

Sí, Alma Delia, ¡felicidades a todos! Pero, sobre todo, gracias a ti y a tu equipo por estos nueve años, que esperamos que lleguen a ser muchos más.